Mi bisabuela hacía cojines con los retazos de sábanas. ¡Y los vendía! Los recuerdo muy bien y eran coloridos, cómodos y muy simpáticos. Mi abuela materna, en la casa de ella atendía a toda su familia (6 hijos y varios nietos) pero allí mismo vendía refrescos, naranjas peladas, topogigios y hasta refrescos de malta.
Esto después de que en su juventud trabajó en costura y vendía calzoncitos para generarse un dinero extra. Vengo de una familia trabajadora. Y cuando digo esto, me refiero a que por parte de mi padre y por parte de mi madre vi ejemplo de gente que con sus propias manos generaba su dinero para vivir. Con su esfuerzo. Siempre tengo en mi memoria el verlos salir a trabajar. Y regresar al hogar después de su jornada.
Debo reconocer que en una etapa de mi vida fui un trabajólico y eso afectó muchas áreas de mi vida, pero no porque me lo exigieran. Sino porque he sido un apasionado de lo que hago y cuando uno tiene proyectos que uno ama, hasta noción del tiempo pierde. Mi abuela siempre decía: “Quítenme el trabajo y me quitan la vida”.
Sin duda el trabajo es una bendición y más que nunca en fechas como estas podemos afirmar que lo es. Aclaro esto, porque es el punto de partida de mi pregunta. ¿Por qué nos encanta la ley del mínimo esfuerzo? ¿Cuál es el premio? La gente cuya felicidad Todo fácil y sin mover un dedo. ¡Es increíble las maneras y excusas que son capaces de crear para evitar la fatiga!
Habiendo tanta gente necesitada de empleo. Hay gente que con trabajo ¡no trabaja! Sin saber que eso es un robo también. La empresa paga por horas de servicio y a eso se le llama contrato laboral. Y eso se está arraigando tanto en nuestra cultura. ¡Cómo celebramos cuando el profesor no llega a dar clases! Cuando se cortan la luz en la oficina y no se podrá hacer nada.
Yo recuerdo que a mí me decían: “El día que esté aburrido, avíseme que yo le doy que hacer” y todo eso va muy cercano a barrer, trapear y lavar trastos. “Mente ociosa, taller del diablo”, decían las abuelitas. ¡Ellas siempre tenían algo que hacer! “Para mí el trabajo es terapia”, me dijo un día un cliente. ¡Y cuánta razón! El trabajo nos trae enfoque y nos permite dejar de pensar en tantas cosas.
Y cuando hablo de trabajo no hablo sólo de empleo. ¡Hablo de ocuparse! Hay cientos de voluntariados, iglesias, hospitales, ONG´s que necesitan manos dispuestas que ayuden. Pero… parece que estamos aburridos. Sin duda vemos factores externos e internos que nos preocupan sobre nuestra economía, pero como aprendí de un mentor, nada le gana al trabajo duro. Sea lo que le venga a la mano, hágalo con diligencia y entusiasmo.
Cierto día un amigo me dijo que contrató un muchacho, pero el tipo le pidió tiempo para ver “si le gustaba” el trabajo. A lo que le respondió, yo leo, aunque no me guste. Madrugo, aunque no me guste. Si usted está esperando que le guste, mejor ni venga ya.
Debemos abrazar la idea más bien, de dar la milla extra en todo. Es decir, si usted ya le da el cien a su cliente. Eso es lo normal ¡de mucho más! Hoy más que nunca se valora la actitud, la disciplina, el entusiasmo, y el compromiso ¡El trabajo es vida! Y si no me cree, pregúnteselo a los miles que hay sin uno. ¡Cuánto lo desean! ¡Esfuércese y de excelencia!