28.2 C
Honduras
lunes, abril 21, 2025

¿Valen la pena tantos likes en política?

El sueño de muchos jóvenes pobres dedicados al fútbol es llegar a ser como Messi y Cristiano Ronaldo, es decir, ganar cualquier cantidad de dólares; contar con millones de fans en las redes sociales, ser admirado y deseado sexualmente por hombres y mujeres alrededor del mundo.

Es el mismo sueño de individuos metidos a la política: médicos sin pacientes; abogados de poca clientela, ingenieros sin proyectos de valía, payasos, líderes de la diversidad sexual, sindicalistas, académicos sin premios, youtuberos; vagos; en fin.

Todos ellos, sin embargo, cumpliendo con los miserables requisitos exigidos por las cartas magnas. También es la fantasía de hombres ricos y poderosos cuya imaginación desorbitada les impele a extender sus dominios más allá del “payroll” de sus empresas. Antes creía que los “grandes”, como Donald Trump, solo deseaban alcanzar la cúspide de la pirámide de Maslow para satisfacer la necesidad egoísta de la realización personal, pero estaba equivocado.

Inocente de mí. Esa fenomenología explota justo ahora, cuando la política ha perdido su prestigio. Ya no son los “frónimos”, los entendidos, como decían los griegos en tiempos de Platón, los que dominan el arte de gobernar con justicia salomónica, sino los que más “likes” alcanzan, sin importar su escasez educativa.

Pasar de los coliseos domingueros, cenáculos gremiales o negocios alicaídos, a la arena del espectáculo electorero, es la idea más convencional que nos ofrece la política partidista hoy en día. Esas unidades estratégicas de negocios elitistas, que son los partidos políticos, preparan de manera express a cada una de las figurillas para que aparezcan en las marquesinas oficiales y en los costosos anuncios televisados.

Pixelados por la IA, con menos arrugas y más lozanía, se lanzan al redil jurando poner toda la carne al asador en sus respectivas “especializaciones” y llevar la felicidad a todos por igual. Y los pobres, escasos en educación y cultura política, se apegan a las arengas.

La pérdida de la reputación de los partidos obliga a sus dirigentes a buscar de entre el pajar poblacional a los figurines más destacados para rellenar el vacío discursivo y doctrinal ya en desuso y desprestigiado. La enjundia de llevarlos al corral es una guerra por agenciarse el “capital simbólico” -como decía Pierre Bordieu-, elemento clave para ganar la legitimidad perdida.

Además, se envía un mensaje a la sociedad de que, al igual que Rocky Balboa, el boxeador victorioso de Hollywood, se puede salir de la pobreza en un país de oportunidades igualitarias. Después de cuatro años de “servir al pueblo que lo eligió”, se destapa la engañifa: la contribución de los influencers ha sido tan pobre como lo era su hacienda personal antes de entrarle a la política.

Por eso no los reeligen; han sido utilizados y echados del claustro partidista una vez que cumplieron con el partido que los sacó de la pobreza, aunque la ganancia social sea de suma cero. Puro consumo de tendencias culturales urbanas de esa audiencia que pierde el tiempo en las redes sociales, según diría Gilles Lipovetsky.

Representaciones emotivas que suplen al discurso político tradicional. Así, el saldo final después del espectáculo obliga a preguntarnos: ¿Qué beneficios nos han dejado tantos goles y likes consumidos? ¿Vale la pena invertir en esta aparente democracia de risibles resultados?

- Publicidad -spot_img

Más en Opinión: