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lunes, abril 21, 2025

TELEGRAFISTAS, RADIOAFICIONADOS Y DINOSAURIOS

¿Qué tienen en común esos tres?

Antes de que siga leyendo le diré que hay mucha información valiosa (pero quizá aburrida para algunos), así que depende de usted seguir leyendo.
Al igual que muchas otras profesiones, oficios y especies, los tres mencionados se han extinguido.

Ya sabemos que los dinosaurios reinaron alguna vez en el planeta y que hace 65 millones de años un enorme asteroide impactó en el Golfo de México, su efecto cambió la faz de la Tierra.

Pero, antes de ellos, muchas otras especies (posiblemente millones) también habían reinado y desaparecido por diferentes factores a lo largo del tiempo.
El telégrafo fue inventado por el norteamericano Samuel E. Morse en 1836 y luego perfeccionado por el físico inglés Charles Wheatstone en colaboración con el ingeniero sir William Cooke.

Esa información y su gran importancia en aquella época, ha desaparecido del conocimiento público en las generaciones que ya no necesitaron de ese sistema, sustituido por el teléfono, el fax y el correo electrónico, sucesivamente, nuevos inventos que, al igual que ese asteroide con los dinosaurios, lo llevaron a la extinción.
Rápidamente le diré que el telégrafo transmitía por alambres una serie de pulsaciones (punto raya punto) conocidas como Clave Morse, que permitían ser descifradas a gran distancia.

Los que tuvieron oportunidad de verlo operando recordarán que se pagaba por palabra, lo que agudizaba el ingenio; había que poner toda la información posible en el menor número de palabras.

Los radioaficionados, mucho tiempo después, era una comunidad que se comunicaba (por frecuencias de radio, claro) con fines de entretenimiento o, en muchos casos, para coordinar ayuda e información en casos de emergencia, muy útiles, dicho sea de paso.
No se identificaban con el nombre de cada uno, sino que, con seudónimos o apodos, tal como ahora lo hacen algunos en las redes sociales.

No tengo idea si todavía existen, creo que entre el teléfono móvil e internet (imágenes, videollamadas, reuniones grupales, etc.), los condujeron también a su extinción.
Miles de especies animales y vegetales han sido borradas para siempre de la faz de la Tierra por nosotros, el ser humano, el más temible asteroide de extinción masiva que haya existido.

A veces para alimentarnos, otras por ignorancia o desidia y, lo que es peor, en muchos casos por el simple placer de destruir.

Actividades como cacería y pesca deportiva barren -con o sin intención- con vidas preciosas de especies cuya tortura y muerte le sirve de pasatiempo y entretención.
Claro, eso no sucede frente a la mayoría de los ojos humanos, es allá, en los bosques y selvas o en el mar, lejos del mundanal ruido, donde se asesina sin testigos ni piedad.
Es fácil -por lo tanto- para el resto de la gente no darse cuenta o hacerse los desentendidos entre esos crímenes que, tristemente, ocurren todos los días en diferentes partes del mundo.

Quizá no le importa a la mayoría o no se da cuenta de lo que está sucediendo.
De cualquier manera, con la eliminación de esas especies, lentamente pero consistentemente, de manera inexorable, también iremos a nuestra propia extinción.
Y si acaso algunos creen que nuestra especie es privilegiada, que somos “los reyes de la creación” y que no nos puede suceder a nosotros, deberían enterarse que ha habido al menos 5 extinciones masivas (la de los dinosaurios sólo fue una de ellas) y la nuestra, que será la sexta, está en proceso.

Obviamente no será tan rápida, pero da lo mismo, lenta o veloz no hace diferencia, la Tierra seguirá existiendo dentro de miles de millones de años, cuando no quede ningún recuerdo, ninguna traza de nosotros.

Todos los nombres serán borrados, las composiciones musicales, las magníficas pinturas, todos los portentos que hemos creado, todo desaparecerá.
No estarán las pirámides, ni siquiera los primeros dibujos hechos por nuestros antepasados en antiquísimas cavernas, tampoco los huesos de nadie, no habrá vestigio de que alguna vez existimos como especie.

Pero, mientras tanto, en el tiempo que transcurra entre nosotros y nuestra no existencia, deberíamos de tratar de conservar un planeta que por un breve instante en la eternidad del tiempo nos ha servido de albergue.

El camino está marcado, cierto, seguiremos como especie los pasos del telégrafo, los radioaficionados y los dinosaurios, la extinción ya está en proceso.
Somos, nosotros y nuestros nietos, las últimas generaciones que disfrutarán del maravilloso Planeta Tierra en su casi total forma original.

Los que sigan después quizá sólo encontrarán los recuerdos que, como esas pinturas rupestres, mostrarán lo que fue nuestro planeta, lo que fuimos nosotros.

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