El fervor cívico de los escolares y su esmero en lucirse el reciente domingo en la antesala del 203 cumpleaños de la “matria”, seguramente se repetirá en cuatro días cuando los colegiales, tras meses de “prusianidad” ensayada hasta el cansancio, con la marcialidad de los muchachos y la coquetería y belleza de las guapas palillonas al ritmo -casi siempre importado, menos nacional y raramente folclórico o autóctono- de sus bandas, nos recordarán una independencia que no es tal pues seguimos siendo esclavos de las circunstancias.
Ahí los veremos otra vez, no son los mismos de hace décadas ni de todos los años, pero por los uniformes de todos los 15 de septiembre parecen iguales o los de siempre. Al final son todos los que desfilan y quienes les ven, la descendencia de aquella conquista hasta 1821 de la independencia de España, y en 1823 de México, los criollos y mestizos resultado de la dominación del europeo esclavista y del vasallaje del indígena, hasta su conquista dueño y señor de su destino, de sus dioses y de su tierra.
De nuevo, en la calle, en la plaza pública o en el coliseo deportivo en las ciudades y en el remoto confín de la patria, enfundados en sus mejores galas, presenciaremos el esfuerzo armónico y el tesón festivo de los descendientes de criollos, mestizos, garífunas, lencas, misquitos mulatos, castizos y zambos.
Los tolupanes y pech no desfilan, se mueren en la miseria y el olvido.
Según el abogado, escritor y colega columnista en este mismo diario, José R. Reyes Ávila durante la conquista en América (1521 a 1821), en el virreinato de la Nueva España, se desarrolló un sistema de castas, para segregar a la sociedad y determinar sus roles dentro del entramado colonial; la sociedad se dividió entre los blancos ibéricos y los menos blancos, era una pirámide de jerarquías atendiendo a aspectos raciales, establecía desigualdades de linaje entre los españoles “puros” y el resto y otorgaba privilegios o reconocía derechos a los súbditos del reino.
Esos grupos étnicos y sociales eran producto del mestizaje generado a partir de tres castas originarias (peninsulares europeos llegados como autoridad o fuente real, indígenas americanos y negros africanos).
De ellos nacimos, de ellos salimos, del criollo que era el español nacido en América; del mestizo mezcla de hombre europeo y mujer indígena; mulato mezcla de hombre blanco europeo y mujer negra; castizo hombre mestizo y mujer europea; español de hombre castizo y mujer blanca europea; zambo de hombre negro y mujer indígena y morisco de hombre europeo con mulata.
De esos criollos, hijos de ibéricos nacidos en América, surgieron nuestros próceres y patricios como Valle y Herrera, primero, y Morazán y Cabañas después que, a base de pluma e intelecto rubricarían la historia independentista y seguidamente con el ingenio y la espada de la dupla de generales catrachos la formación del federalismo centroamericano.
De acuerdo a Ávila, los criollos, a pesar de ser blancos descendientes directos de europeos, tenían limitado el acceso a los puestos de poder real y esto alimentó la rivalidad entre españoles americanos y peninsulares.
Desde el siglo XVI se emitieron leyes claramente discriminatorias contra los criollos se prohibía que los funcionarios españoles se casasen con una criolla, crearon tasas e impuestos imperiales, eran considerados una clase de menor capacidad que los peninsulares. Tenían poder económico, estudios, pero simplemente eran inferiores a los blancos nacidos en Europa.
En el siglo XVIII se acentuaron las diferencias con reformas para mantener el control sobre las colonias americanas, obtener recursos mediante la explotación y establecer prohibiciones dirigidas a los criollos para evitar que participaran en los altos mandos políticos o eclesiásticos. A pesar de que los criollos podían acumular riqueza y propiedades les negaban oportunidades políticas y administrativas.
La Corona, de forma obsesiva, promulgó leyes que reservaban los cargos más importantes para los peninsulares, lo que generó un creciente sentimiento de injusticia y resentimiento criollo, discriminación que fomentó la rebeldía y el deseo de autonomía y así a mediados del siglo XVIII surgió el nacionalismo como movimiento social, político y cultural que más tarde se le llamaría patriotismo.
Los criollos tenían como seña de identidad el arraigo a la tierra consideraban que su papel en la economía de los virreinatos debía ser recompensada con más representación política. Dedicados a diversas actividades económicas, sus ocupaciones iban desde los trabajos diversos en haciendas, comercio y fuerte en los rubros del tabaco y las minas.
Esta variedad de actividades provocaba, que existiesen criollos ricos y pobres. Desarrollaron su identidad propia, una mezcla de lo europeo con lo local, lidiando entre lo mestizo y lo español. La guerra de independencia de los Estados Unidos e Inglaterra, en 1777, y después, en 1779 la revolución francesa, fueron el germen que propició los movimientos patriotas e independentistas de América, impulsados en México por Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos, en Sudamérica Bolívar, San Martin y O’Higgins y en Centroamérica por José Cecilio del Valle, Dionisio de Herrera.
Consecuencia de eso, este ha sido nuestro presente tumultoso y desordenado resultado de un pasado caótico y sufrido, hasta el punto que a unos los mantiene mansos y a otros mensos, retazo de historia triste que se celebra con fiesta septembrina como para escribirla en una lágrima.