La historia de Rebecca Ayoko es el retrato de una vida marcada por el sufrimiento, la resiliencia y los sueños cumplidos.
De dormir en las calles de África a brillar en las pasarelas más prestigiosas de París, su vida cambió en cuestión de segundos cuando el destino la puso en el camino de Yves Saint Laurent, el hombre que no solo descubrió su talento, sino que también se convirtió en una figura paterna para ella.
Rebecca nació en los años 60 en una pequeña aldea de Agogo, en Ghana. Sus primeros años fueron felices, rodeada de su familia: su madre, cocinera; su padre, ebanista; y sus cuatro hermanos.
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Pero la estabilidad se quebró cuando su madre, cansada de las infidelidades de su marido, decidió mudarse a Lomé, en Togo.
La muerte repentina de su madre las dejó en situación de calle, durmiendo al raso, como ella misma relató a Madame Figaro: «Mi madre y yo dormíamos a la intemperie, en el barro».
La tragedia continuó cuando Rebecca fue enviada a Libreville, en Gabón, a vivir con una tía que la maltrató y la esclavizó.
A los 12 años, tras sufrir una violación, dio a luz a su hija Affie. La infancia quedó atrás demasiado pronto, y su juventud también prometía ser igual de dura, hasta que, a los 20 años, un encuentro casual con un fotógrafo francés en Costa de Marfil lo cambió todo.
Richard, impresionado por su belleza, la fotografió y esas imágenes le abrieron las puertas de campañas publicitarias para marcas como Kodak y Rexona.
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Su consagración llegó al ser coronada Miss Costa de Marfil, un título que la llevó hasta París, donde un empleado de Glamour le ofreció su primer contrato como modelo.
En la capital de la moda, su camino se cruzó con el de Yves Saint Laurent, quien al verla pronunció unas palabras que marcaron su vida: «Eres la belleza divina de los sueños».
Con poco más de 20 años, Rebecca pasó de la extrema pobreza a convertirse en una de las primeras modelos negras en desfilar en las principales pasarelas europeas.
También trabajó para firmas como Dior, Gianfranco Ferré y Givenchy, quien le enseñó a caminar con tacones.
Sin embargo, su rápida ascensión también tuvo un lado oscuro. Sin formación financiera ni apoyo familiar, Rebecca malgastó su fortuna en el frenesí nocturno del París de los años 80:
«Cuando fui modelo y rica, me atiborraba de todo y me daba gustos sin contar el coste», confesó tiempo después.
La tragedia volvió a tocar su vida cuando presentó a Katoucha, otra joven modelo negra, a Saint Laurent. El diseñador encontró en ella una nueva musa y, en cuestión de semanas, Rebecca fue apartada.
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Dolida y desplazada, se mudó a Nueva York, donde trabajó como camarera y tuvo a su hijo, Clyde. Eventualmente regresó a París, pero su época dorada había quedado atrás.
El 2008 fue un año fatídico: Katoucha murió ahogada en el Sena, víctima de las drogas y la mala vida, y meses después, Yves Saint Laurent falleció. Rebecca sintió estas pérdidas como la caída definitiva de su mundo.
Hoy, aunque su nombre parece haber caído en el olvido, Rebecca Ayoko sigue dejando huella de otra manera: ayudando a jóvenes africanos a abrirse camino en el mundo de la moda, ese mismo universo que alguna vez la rescató… y también la traicionó.