Algunos dicen que la libertad que goza un pueblo no tiene precio. Yo creo que ese pensamiento nos viene bien a quienes vivimos en un sistema que todavía ofrece cierto grado de libertad, pero no para aquellas sociedades que la han perdido por completo.
El precio que deberán pagar para recuperarla será bastante alto y costará, hasta donde hemos visto, pérdidas materiales, sangre, sudor y lágrimas a raudales.
El gran suceso de la evolución humana se llama la democracia, esa forma de organización que permite administrar los recursos de una sociedad y ejercer el poder para que los individuos puedan vivir sus vidas con la sensación de hacer realidad sus planes e ideales más caros.
La pluralidad que ofrece la democracia, la diversidad de ideas, demandas e inquietudes, representan los bitcoin de la libertad.
Es el valor de su goce. A partir de esa pluralidad podemos hacer ciertas mediciones para determinar qué tan libre sea una nación.
La base de ese delicado cálculo sigue siendo -no podría ser de otra manera-, el respeto por las leyes establecidas en las cartas magnas, la seguridad ciudadana y el grado de progreso material de la población.
¿Cómo fue que algunas sociedades llegaron a desperdiciar tan preciosa oportunidad que permite a los ciudadanos elegir lo mejor de entre las diferentes opciones que solo un sistema democrático puede ofrecer?
En un régimen totalitario, como el de Nicaragua, Cuba o Venezuela, las libertades se perdieron desde el día en que los comandantes de las revoluciones morales prometieron mayor libertad e igualdad, tras largos años de atraso económico y político.
Los cubanos querían a Batista fuera del poder para elegir sus propios líderes y vivir en democracia.
A cambio recibieron una menor calidad de vida y un régimen opresivo que lleva ya cerca de 65 años. “La tiranía -escribió Alexis de Tocqueville- puede formarse bajo el manto de la igualdad y acabar anulando la libertad”.
Disentir con el régimen de Daniel Ortega puede significar el exilio, la cárcel o la muerte, mientras Putin -en su paranoia de dictador- no ha tenido empacho en eliminar a sus opositores y controlar las democráticas conexiones a las redes sociales -como Telegram- para evitar un posible boicot popular.
¿En qué se equivoca un pueblo que deseando más libertad, se decide por un sistema dictatorial y autoritario? En principio, los dictadores llegan cubiertos de nívea lana ovejuna y prometen acabar con el lobo de la inseguridad.
Segundo, la gente carece del olfato para percibir el peligro y los elige con el anzuelo y la carnada en la boca.
Tercero, los líderes más inmorales de los partidos opositores y ciertos empresarios sin consciencia patria hipotecan su alma al diablo, sin importarles lo
que vendrá después.
De esta manera se terminan los días de la democracia y se instala un poder que resulta extraño y ajeno para la sociedad civil.
¿Podemos imaginar un país, como Honduras, bajo un régimen totalitario donde se cierren los espacios para la crítica, el disenso, y la autodeterminación popular?
¿Podemos imaginar un sistema político con un solo partido, que se prolongue en el poder
por más de 50 años? ¿Podemos imaginar un país sin libertades?