¿Usted también siente que San Pedro Sula se nos está saliendo de las manos? Caminar por los mercados de la ciudad ya no es una experiencia de comunidad ni de tradición. Es una escena de caos cotidiano: calles tomadas por ventas ambulantes, basura acumulada, olores penetrantes, tránsito paralizado, inseguridad. Hemos normalizado lo que debería indignarnos. Y mientras seguimos ignorando lo evidente, los mercados — que en cualquier ciudad son centros de abastecimiento, trabajo y encuentro social— en San Pedro Sula se han convertido en zonas colapsadas, reflejo de un desorden que nos afecta a todos, aunque no lo veamos directamente.
El problema no es nuevo, pero sí se ha agravado. La falta de planificación a lo largo de décadas, combinada con el crecimiento urbano descontrolado, ha generado una crisis en nuestros mercados. Una crisis que tiene muchas caras: comerciantes informales que se ganan la vida como pueden, pero que operan sin condiciones dignas; mercados municipales abarrotados, inseguros y deteriorados; calles que no se pueden transitar; sistemas de recolección de basura rebasados; autoridades que improvisan medidas sin impacto estructural. Todo eso pasa, al mismo tiempo, todos los días. Pero más allá del desorden visual, lo que está en juego es mucho más profundo: la forma en la que concebimos la ciudad y la oportunidad de vida que le damos a miles de personas que viven del comercio popular. Porque no se trata solo de “quitar a los vendedores de las calles”, como muchos proponen, sino de entender por qué están ahí, por qué el sistema los expulsó o nunca los integró. Esta situación, aunque se exprese en los mercados, es el resultado de exclusión económica, desempleo crónico, falta de educación financiera y ausencia de políticas públicas sostenidas.
Para resolverlo, necesitamos algo más que operativos policiales o promesas de campaña. Requiere una transformación gradual, pero profunda, de la forma en que gestionamos el comercio urbano. Es decir: ordenar sin excluir, formalizar sin castigar, modernizar sin eliminar lo que da vida a nuestra cultura popular. La solución está en construir un proceso de cinco años, liderado con visión técnica, compromiso político y participación ciudadana. El primer paso es entender el problema con datos, no con suposiciones. Es urgente hacer un diagnóstico completo de los mercados de San Pedro Sula: saber cuántos vendedores hay, cuántos son formales e informales, cuántos mercados están activos, en qué condiciones, qué rutas de abastecimiento tienen, cuántos generan empleo indirecto, qué infraestructura hay y qué servicios faltan. Sin ese mapa completo, cualquier intento de intervención será un parche más Luego viene la fase de transición: ofrecer alternativas reales de formalización a los vendedores informales, no solo promesas. Esto incluye microcréditos, simplificación de trámites, asistencia técnica y subsidios temporales. No se puede pedir a alguien que se formalice si sigue ganando lo mismo o menos. Tampoco se puede trasladar a personas a lugares donde no hay flujo de clientes. La reubicación debe ser voluntaria, escalonada y con condiciones mínimas garantizadas: acceso a agua, energía, baños, seguridad y visibilidad comercial.
En paralelo, hay que invertir en renovar la infraestructura de los mercados existentes. No sirve de nada exigir orden si los espacios son inseguros, sucios o colapsados. Hay que modernizar techos, drenajes, accesos peatonales, puntos de carga y descarga, crear rutas para el transporte público que conecten directamente con los mercados, instalar cámaras de vigilancia y habilitar áreas de reciclaje y manejo de desechos. Los mercados no deben ser la última prioridad del presupuesto municipal, sino parte estratégica de la economía local.
También hay que cambiar la forma en que se gestionan los mercados. La administración debe ser compartida entre la alcaldía y comités electos de comerciantes, que velen por el mantenimiento, las reglas internas y la transparencia. No podemos seguir dependiendo de estructuras verticales que no conocen la dinámica diaria de los mercados ni construyen confianza con los vendedores. Si los comerciantes son parte de la solución, el cambio será más duradero. A largo plazo, esta estrategia debe conectarse con otros elementos de desarrollo urbano: vivienda digna, transporte público eficiente, educación para el emprendimiento, programas de empleabilidad. Porque ordenar los mercados no es solo mover puestos o limpiar calles, es también ofrecer nuevas posibilidades de vida.
Si lo hacemos bien, en cinco años podríamos tener una red de mercados renovados, seguros, eficientes y ordenados, donde el comercio informal se transforme en emprendimiento sostenible, donde el peatón y el conductor puedan convivir sin caos, donde el Estado y los ciudadanos colaboren en vez de enfrentarse. Una ciudad donde el espacio público recupere su valor. No hay soluciones mágicas ni cambios instantáneos. Pero hay caminos viables si se actúa con responsabilidad, con inteligencia y con sentido humano. Este no es un problema exclusivo de los vendedores ambulantes ni de los comerciantes tradicionales.
Es un reflejo de cómo hemos descuidado el corazón económico de nuestra ciudad. San Pedro Sula no necesita más improvisaciones. Necesita voluntad, necesita orden con justicia y necesita un plan que convierta el caos en oportunidad. Y esa transformación —si la empezamos ahora— aún es posible.