Pues hoy me dio jalón mi compa Juan, les cuento de este personaje es bueno, único él. Pero de alma buena, la verdad, la cosa es que me dio jalón en su carrito, ya viejito el pobre y con más remiendos que la Constitución. ¡Pero nos jala, eso sí, lo admito! El compa Juan, es conocido por todos, oficialista de pura cepa, de esos que andan calada una boina con la dichosa estrellita roja toda la vida y cuenta con orgullo cómo por su comandante tragó humo y quemó llantas a lo loco. Como todo catracho que se respete, veníamos hablando de fútbol y política, los dos deportes nacionales, contando él, como buen obcecado, que el país va para mejor y que en el gane de un su tal compañero Nicolás allá en el sur, aunque no se haya visto claridad según dicen, es el claro ejemplo que aquí no estamos mal, aunque aguantemos hambre. La cosa es que veníamos en gran cháchara, capeándonos las motos que ahora nada que envidiar a las moscas, salen de repente y por todos lados y aunque ellos tengan la culpa a uno se le hace la moto y la mantenida del cristiano con toda su parentela si lo llega a botar uno, ni Dios lo quiera, termina capaz uno a la par en el hospital vendiendo un riñón. Veníamos pues, cuando de presto sentimos un gran golpe abajo en la llanta, seguido de un ruido terrible, golpe fuerte, lo admito, casi como sopapo de estanco. Pues nos hicimos para el lado y no tuvimos más que orillarnos y bajar a ver qué había pasado. El compa, trigueño él, resultado de años y años aguantando sol, más quemado el pobre, se puso pálido, casi como la yuca recién lavada al ver la llanta reventada y la dirección rota.
Nos pusimos a buscar, temiendo haber arrollado algún palo, algún chucho suicida o, peor aún, algún congénere que se nos haya cruzado sin fijarse o tirado para terminar ya el rol en esta vida, que de esos abundan últimamente. Pero abajo, aparte del relajo, no había nada, ni incluso lodo, les comento. Lo que sí vimos cerquita, como riéndose de nosotros, estaba un tragante, una alcantarilla para el que no habla catracho, obviamente, sin su tapadera de metal, que suponemos a estas fechas ya es algún lingote y pisto en la bolsa de alguien. Pucha, me dijo mi compa Juan, no tengo pisto ni para parchar la llanta, peor para arreglar el carro o traer una grúa, estamos amolados me dijo ansioso, casi llorando. Y estos de aquí güeviándose las cosas del pueblo, solo por hacer pisto y mire que los paganos somos nosotros, remató. Don, dijo un cipote metido, como dicta el protocolo de los accidentes, que llegó a estorbar y tal vez ver qué conseguía, ese tragante está así desde hace un par de meses, yo vivo cerca y viera cuántos han quebrado el carro y hasta uno que otro se han ido allí, le dijimos al alcalde en una reunión, pero solo vio para otro lado y le mandamos a decir a unos diputados pero ellos tienen la nariz puesta en la reelección y el bien popular, pero tal vez el de este pueblo no creo yo, tal vez el de ellos. Le pusimos una rama de palmera, porque si de día se van, imagínense en la noche, pero nos regañaron a todos por ensuciar la ciudad, dijo riéndose. Aquí como importan más las palabras que los hechos, dijo el güirro, interesan más las campañas por el bien del pueblo que hablar con el ejemplo, dice mi papá, porque ya días que pedimos y pedimos por esto y no oye padre. Igualito a los que se fueron, fíjese, solo que de otro color la banderita.
El compa Juan, todo atribulado, con la angustia en la cara pintada con formón, solo pudo ver su carrito todo quebrado y asentir casi sin querer, supongo que allí sus intereses partidarios se cuajaron, la cosa es que después de un gran suspiro, me dijo, quitándose la boina y tirándola al asiento de atrás, con un tono algo derrotista, ayúdeme compa y empujemos esta vaina, que aquí nadie nos va a ayudar.