Hace más o menos 15 mil años, poco después de que terminara la última era de hielo, en una noche tormentosa, un cachorro de lobo, hambriento y desorientado, se acercó a la cueva que servía de refugio a un grupo de humanos.
Alguien, compadecido, le lanzó un hueso con un poco de carne el cual fue devorado por el lobezno.
El animal salvaje, en vez de alejarse decidió permanecer en el lugar, esperando más comida y refugio contra el frío y el agua.
Al amanecer el cachorro aún estaba ahí y poco a poco demostró que no era un peligro así que le fue permitido permanecer en la entrada de la caverna.
En la siguiente expedición de cacería, el lobo los acompañó y, para la enorme sorpresa de todos, se lanzó en su defensa cuando otro animal salvaje, quizá un puma o un gato montés, intentó atacar; cayó herido, fue ayudado.
En poco tiempo el lobo pasó a formar parte de la tribu, siempre durmiendo en la puerta de la cueva, vigilando.
De manera que, cuando apareció un día con una tímida compañera, ésta fue aceptada sin mayor problema, mejorando la vigilancia.
El lobo y el hombre firmaron un acuerdo mutuo: “Yo te alimento y tú me cuidas”, el cual es respetado por casi todos hasta el presente.
Ese es el origen de todos los perros, de todas las razas, de todos los colores y de todos los tamaños; el antepasado común -comprobado genéticamente- es aquél empapado lobo de hace 15 mil años.
Todas las razas, muchas de ellas creadas al azar por la simple mezcla entre diferentes tipos de perros, así como las diseñadas por el hombre a través de combinaciones experimentales, todas provienen del lobo.
Esta es una historia que he contado un par de veces.
Lo que no he hecho, hasta ahora, es referirme al buen estado de ánimo de la mayoría de los perros.
A qué se debe que siempre están alegres, dispuestos a acompañarnos en una caminata, a participar en nuestros juegos, así como a sonar la alarma si creen que estamos en peligro.
¿Por qué esa necesidad de estar junto a sus amos, luchando por cada centímetro de espacio para acercarse a nuestra cama o al lugar donde usualmente nos encontramos, de dónde esa obsesión de seguirnos cuando salimos y esperar nuestro regreso si no nos pueden acompañar?
Y, sobre todo, ¿cuál es el secreto de su casi permanente buen humor?
Le diré: ¡No lo sé!
No tengo idea de lo que piensan, sólo sé que una de sus prioridades es estar junto a los amos y, la mayoría de las veces, sonrientes.
¿Sonriente un perro? ¡Claro que sí! Desde luego no como nos sonreímos nosotros, pero sinceramente de una manera muy parecida, una expresión que sin duda es una sonrisa.
También, independientemente de quién les dé los alimentos en el día a día, los perros tienen la capacidad de detectar quién es el “líder” de la manada en su casa, ellos saben por instinto quién es el amo supremo.
¿De dónde sacaron eso? También de aquél remoto antepasado.
¿Qué un perro “salchicha” no se parece en nada al lobo original?
Quizá en la apariencia, pero genéticamente es casi idéntico.
También el interior del más horrible de los perros callejeros es igual al más bello pastor alemán o al más precioso Golden Retriever, son lo mismo, lo único diferente es la parte exterior.
Quizá le ha tocado comprobar personalmente que, en un hogar joven, donde ya existe un perro y nace un bebé, inmediatamente el animal lo acepta, primero con curiosidad y luego con amor, convirtiéndose en su máximo protector.
No hay celos ni rivalidad, es un nuevo miembro al que hay que proteger, aún a costa de su propia vida.
No se puede negar que hay perros agresivos y violentos, pero no es su culpa, es muy posible que fueran hechos así por el trato que le han dado sus amos.
La mayoría, para felicidad de todos los humanos, son amables, cariñosos, respetuosos y siempre dispuestos a compartir con nosotros dolores y alegrías.
¿Por qué sonríen siempre?
Creo que por su enorme capacidad de perdonar y olvidar todo lo malo.
No guardan rencores, no se enojan nunca con nosotros y también despliegan una increíble furia si nos ven amenazados, aún los más pequeños de sus ejemplares.
Si nos lanzamos al agua en una piscina o un río, ¿quiénes son los más preocupados, al límite de la desesperación?
Quizá, ojalá, con el paso de unos cuantos milenios, nosotros logremos aprender de ellos lo mucho que tienen que mostrarnos en amor y cariño.
Quizá nos puedan enseñar cómo sonreír siempre.