Pueden ser nuestros más importantes aliados o un acérrimo enemigo, de qué depende esto? ¿De lo que decida nuestro cerebro, y cómo toma esa decisión esta importantísima estructura de tres libras invadida por cien mil millones de neuronas? Pues toma decisiones en base a esos pensamientos a los que nosotros prestamos más atención y continua enviándolos, una y otra vez, porque entiende que son los que nos son más útiles.
De verdad que el optimismo es algo grandioso que puede lograr grandes cosas, pero otra gran verdad es que, en muchas, en demasiadas ocasiones, es más importante y mucho más útil, el realismo. Y ser realista es entender que sí hay imposibles y que eso está bien, porque cuando camino con los pies sobre la tierra me será más fácil identificar esas cosas que sí están a mi alcance, y esta información me servirá para comenzar el camino que me permitirá alcanzarlas.
Nuestra mente, eso que aún no se ha podido localizar con exactitud en nuestro sistema nervioso central, es un continuo flujo de pensamientos. Algo que es imposible de controlar y para muestra basta un botón; intente no pensar por digamos, un minuto. Tampoco es buena idea pelear con un pensamiento porque es que… no se puede. Hagamos otro intento; tiene permiso para pensar en cualquier cosa, menos en un bus amarillo, en cualquier cosa.
Y bueno, ahí está ese vehículo de color amarillo huevo transitando lentamente por nuestra cabeza. ¡Y probablemente hasta con su letrero de “School Bus” se lo imaginó! “A lo que te resistes, persiste”, decía Carl Jung.
Entonces si es inútil tratar de evitar los pensamientos, ¿qué hacemos con esos que nos hacen sentir mal, los que dejan una sensación desagradable duradera, como esos pensamientos recurrentes que llegan desde que despertamos y nos acompañan durante todo el día nublándolo casi por completo? Dejarlos fluir a sus anchas y no prestarles atención. Ya sabe usted, como esa persona a la que no puede evitar porque por una u otra razón es parte de su día a día y que es experta en arruinar los momentos en los que más a gusto está. No puede evitarla, pero si puede ignorarla, y de una manera sutil amable, en la que ni ella misma se dé cuenta de que está siendo ignorada. Al cabo de un tiempo, hasta el más insistente pensamiento, hasta el más obstinado personaje, “se cansa” si no recibe la retroalimentación que en este caso sería, nuestra atención.