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domingo, abril 20, 2025

Lázaro, el cadáver insepulto y la cosa

Nunca había recordado eso, hasta ahora en que diferentes protagonistas, en distinto escenario y con disímiles propósitos, pero en el mismo “elefante blanco”, o negro, volvieron a actuar -más bien hablar- sin hacer nada ante el desmadre electoral en Venezuela.

Ese recuerdo de hoy, data de junio 2009, cuando los cancilleres de América se reunieron en San Pedro Sula, en la 39ª Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), que tenía en agenda la derogación, por consenso, de la suspensión a Cuba, ocurrida en 1969.

Estuve ahí, en el “Club Árabe Hondureño”, y pude ver la enjundia solidaria y el afán de la ministra socialista de Relaciones Exteriores y anfitriona, Patricia Rodas, y también observé el desinterés, casi con enfado, de la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, quien inicialmente rechazó el reingreso cubano.

El regreso de los comunistas caribeños, maquinado por los izquierdistas en Venezuela, Ecuador y Bolivia a través de sus nuevos pares hondureños, no se produjo, no hubo tal retorno de la isla de los hermanos Castro al foro continental, ellos, Fidel y Raúl, ya sabían lo que ignoraban los demás, que ese ente de poco o nada sirve y es un títere de su mayor aportante, y por ello, con razón o no, el comandante mayor aseveró que “la OEA está muerta y es un cadáver insepulto”.

Desde entonces el escenario político poco ha cambiado y, aunque los actores son distintos, los dramas que ahí estelarizan son recurrentes, sin resultados que evidencien que la tal organización es útil, aunque sea mínimamente, pero no, los embajadores, algunos chabacanos, que ahí vacacionan, se empeñan en demostrar que cuestan mucho y valen poco.

Y es que sobran los hechos y situaciones para comprobar que poco se hace ahí por la gobernabilidad, la democracia, la paz y el respeto a los derechos humanos, más bien pareciera que sus dos más recientes secretarios generales (Insulza y Almagro) compitieron por cuál es peor.

Las demostraciones de la inutilidad del ente hemisférico se han producido en las crisis de antes y en los pleitos de ahora con la dictadura de Maduro en Venezuela; con los desmanes de los concubinos dictadores Ortega y Murillo en Nicaragua; el golpe de Estado en Honduras, que le provocaba bostezos de aburrimiento o sueño al perezoso Insulza; igualmente con la crisis política en Guatemala que pretendía impedir asumir a Arévalo, además en las reiteradas crisis en Bolivia, y también en los molotes callejeros de Chile, en donde Boric, el realmente más socialista de ellos, resultó el más demócrata de todos.

La pusilánime reciente resolución de la OEA da cuenta de su mediocridad respecto a la crisis venezolana y se traduce apenas en una invitación a la dictadura de Maduro a respetar las protestas que reprime con muertos y a transparentar los resultados de una elección que, la mayoría de países dan como ganador legítimo, y por cachimbeada, a su contendiente Edmundo Gonzáles Urrutia.

Quizás por toda esa inutilidad de la OEA es que el politólogo marxista e intelectual boliviano (ya fallecido) Cayetano Llobet Tavolara, en su columna “Paréntesis”, en un virulento artículo expuso: “Se han encontrado con esa cosa que nadie sabe para qué sirve… con gritos y alborozo han encontrado esa cosa, que durante años fue un juguete apreciado por los gringos y, hasta en algún momento, uno de sus juguetes preferidos. Era su OEA”.

“Guste o no, la expulsión de Cuba de la OEA le otorgó una credencial de dignidad y desnudó su carácter de juguete. Lo del discurso de defensa de la democracia hemisférica fueron cuentos mal contados… hoy pueden rescatar a los que están en vías de implantar regímenes totalitarios… Chávez no tiene historia revolucionaria, solo historia cuartelaria. Ni siquiera los esfuerzos de Enrique Krauze -historiador mexicano-, para presentarlo como una suerte de “gorila ilustrado” son suficientes para sacarlo de su perfil mussoliniano tropical”, añadía.

“Gracias a esa cosa, a la OEA la ofrecen como modelo, vendedores de falsas esperanzas a sociedades ignorantes, son los candidatos a dictadores. Para eso sirve esa cosa, para ayudar a los totalitarios a rescatar símbolos de otros tiempos. La OEA no es nada, qué tal será, ¡que ni a los cubanos, les interesa! Naturalmente que no van a volver. Miran, con el aire paternal de la decrepitud castrista, a esos niños aprendices de revolucionarios, jugar con esa cosa, soñando cada uno con el momento de colocarse definitivamente la corona de tirano”, remataba.

Con ese contexto, de antes y ahora, la OEA está en jaque, no solo por su ineficiencia sino por los propios estados miembros, que han estado propiciando encuentros sin sentido y sin resultados.

Es importante, entonces, que la OEA, hoy cadáver insepulto, al fin, como Lázaro, se levante y ande, que siga vigente, pero sin la deficiencia, duplicidad e hipocresía que le caracterizan, prácticas que deberá cortar de tajo o hacer a un lado para su sobrevivencia.

Solo así podrá revigorizarse con la firme defensa de la Carta Democrática Interamericana, los derechos humanos y la libertad de opinión más otros aspectos fundamentales que impliquen la certeza de un entendimiento entre países cuyas diferencias lejos de separarlos más bien los acerquen y unan para el bienestar de la gente.

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