En términos financieros, invertir en las personas genera más ventajas competitivas para las familias, las comunidades, las empresas y, por ende, para una nación. Sale más caro no invertir en la gente. Actualmente, es un reto en algunos rubros, como el agrícola y el de la construcción, encontrar y retener a los empleados temporales, ya que cada vez más personas emigran en busca del sueño americano, porque al final de cuentas, la esperanza es lo último que se pierde, aunque el camino esté lleno de peligros y la vida se ponga en riesgo.
El sector cafetalero es uno de los más importantes del país y genera muchas divisas, pero en este momento no encuentra mano de obra para cortar el grano de café, por lo que algunos finqueros han cortado las plantaciones, es decir, han decidido perder lo invertido, por falta de cortadores. Los potenciales peones de las haciendas o cafetales ya no se encuentran. Se han ido. Muchos de sus empleadores los han visto y tratado como personas descartables, pagándoles los salarios más bajos. Ellos solo toman el trabajo por temporadas, pero recordemos que se come todos los días, de ser posible tres tiempos. De modo que ahora se ve la ausencia de los “invisibles.” Los dueños de los cafetales no saben qué hacer, nadie parece que les advirtió lo que venía, o quizás sí, pero no fidelizaron a su gente y pensaron que las condiciones siempre estarían a su favor por ser los dueños.
Miles de personas se van de Honduras, pero no por falta de trabajo, porque sí hay, se encuentran plazas vacantes casi siempre, pero los bajos salarios y/o condiciones laborales son indignas en muchos casos y en otros, se busca personal especializado. Se puede trabajar por hambre, algo parecido a trabajar por comida, pero no por mucho tiempo. Los seres humanos que gozan todavía de cierta salud mental tienen el deseo de superarse. En Honduras, la movilidad social ascendente parece cada día más limitada para la clase política, que emplea a todos sus amigos y parientes en puestos bien remunerados, dejando por fuera la capacidad. La meritocracia sigue siendo una utopía.
Aquí todavía impera aquel refrán “el que tiene más galillo traga más pinol”, una cultura que desalienta hasta al más humilde colaborador, que se pregunta: nací pobre, ¿y será que moriré igual de pobre si sigo en Honduras? Por muchas campañas que se hagan en los medios de comunicación, diciendo que el camino al norte es peligroso, eso no los disuadirá. Cada quien define desde su perspectiva el concepto de peligro: ¿será tan peligroso como el barrio donde viven, rodeados de grupos criminales que quieren reclutar a sus familiares o quedarse con lo poco que ellos tienen?
Peligro es una palabra ambigua, depende lo que le toque vivir a cada persona. Recientemente, un abogado, joven, apuesto y muy querido por su comunidad, murió en el desierto. Iba huyendo de la pobreza, de la extorsión, de las constantes amenazas contra su vida. Se desesperó y se fue al norte, pero ahí lo esperaba un destino fatal, un viaje sin retorno. Otros mandan a sus familiares por avión y tampoco vuelven, porque no pueden legalizarse o simplemente, aunque lo hagan, no hay ningún incentivo para regresar a un país desorganizado y violento. No es una vida fácil también para el que llega de manera legal, pero se queda de manera irregular.
Ahora, volviendo a la falta de recolectores de café, que hasta hace poco tiempo los traían de países vecinos, lo que se avecina no es fácil. El sector cafetalero es tan importante como las remesas que envían los migrantes, que generan dólares para el país, esos que están escasos y en la banca nacional no se encuentran tan fácilmente.
Honduras no puede caer más bajo en términos de desarrollo humano y económico de lo que ya está. ¿Seguiremos exportando gente, o mejor dicho, expulsándolos?