Complacido, casi con pleitesía, apabullado ante la posterior avalancha de loas y reconocimientos, exagerados o no, justos o inmerecidos, por sus regates, disparos, goles y geniales asistencias, veía extasiado el domingo reciente otra proeza de fútbol de Lionel Messi. Jugaban también 21 más.
Fue por enésima vez (número elevado, aunque indeterminado de veces), pero deleite que nunca aburre y más bien convoca a verlo siempre, fui testigo de otra de las gestas de un deportista excepcional y de un ser humano que, por su humildad es inusual, casi raro ante la inconmensurable grandeza alcanzada con los pies, con la ya mítica impronta deportiva a base de registros históricos, campeonatos en los equipos en los que ha paseado su “arte”, y además su trascendental desempeño en la selección de su siempre engreída Argentina de la cual es indiscutido líder.
Más allá de sus gambetas que por supuesto me atraen, es su demostrada capacidad de liderazgo la que concita mi atención y que es motivo de análisis para los expertos y los que dicen o creen serlo.
A ese argentino que más que “pulga” se pega como garrapata al balón, desde siempre me encantó verlo jugar con el Barcelona, nunca con el PSG gigante en París, pero pigmeo en los grandes torneos europeos.
Ahora, sin duda que, tras poner los pies en las canchas con su nuevo equipo de Miami, se evidencia su influencia sobre sus compañeros y en general en las ligas o torneos en los cuales participa.
Por supuesto que viendo lo que hace este argentino, se reitera la tesis de que hacen mucho bien los héroes entre nosotros, pues así como existen los antagonistas para no imitarlos ni aprenderles nada, es bueno que haya protagonistas para copiarles todo, que emular en sus ejemplos y esfuerzos para trascender haciendo las cosas no solo con eficiencia sino con excelencia y con eso contagiar a sus equipos y entornos para en una combinación de talento, esfuerzo y disciplina, perseverar hasta alcanzar el éxito o posibilitar el logro.
Messi no es el único mortal virtuoso elevado al Olimpo de los ídolos, como él, algunos sobresalen en diferentes áreas de la competencia atlética, de las artes, la ciencia, la cultura y otras actividades y que se granjean el aplauso y la admiración de los demás por las faenas que lideran.
No obstante, en nuestros lares, en los que campea la mediocridad y el “valeverguismo”, son pocos, más bien escasos, los que destacan por su buen hacer, y precisamente por eso mismo los habidos son ínfimos (muy bajo en cantidad, calidad o importancia), casi extraños, especialmente en el servicio público en donde se levita en el poder efímero.
Diversos textos sobre liderazgo coinciden en que entre las características de los líderes están su capacidad, eficacia y eficiencia para crear un clima de cooperación y confianza, que en el caso del servicio público tiene que ver con servir y canalizar las respuestas a las solicitudes y necesidades de la colectividad.
Así, junto a sus cualidades y su toma de decisiones, el líder en la administración pública debe disponer de sólidas capacidades para la conducción de gente porque su eficiencia en ese papel definirá en gran medida los resultados finales de lo que haga.
De esta forma, un líder ideal en la “cosa pública” debe ser capaz de formular y diseñar políticas, gestionar y construir un entorno que autorice, apoye, tolere o favorezca la implantación de una estrategia definida.
En ese contexto, creo que la presidente del Poder Judicial, abogada Rebeca Lizette Ráquel Obando, a pocos meses de ser electa dio visos de liderazgo, marcando la pauta, evidenciando compromiso con la buena gestión, actuando con rapidez y atajando el imprevisto o la contingencia y actuando con ética y decencia.
Parte de ese compromiso con la institución y especialmente con el país se reflejó cuando el Pleno de Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, históricamente se trasladó a conocer las inquietudes de los servidores judiciales de San Pedro Sula, y adicionalmente no ha actuado con sectarismo barriendo la planilla laboral como unos promueven y otros temen.
Otra muestra de diligencia y pronta reacción ante lo que pasa, “estar en misa” dice el pueblo, fue reunirse de inmediato y coordinar e instruir a los jueces de ejecución para -ante la matanza ocurrida en la cárcel de mujeres en Támara- aplicar prontamente la ley para descongestionar las cárceles a través de los beneficios contemplados en la ley. Con la misma prontitud ha reaccionado ordenando se investigue el actuar judicial en la liberación de un imputado por tentativas de femicidio y homicidio.
Debo resaltar la coincidencia de opiniones positivas al destacar su actuar y el de un compañero suyo, magistrado, al sustraerse de votar en la frustrada postulación de Mario Urquía como candidato a Fiscal General, y finalmente esa misma decencia mostró al no presidir inauguraciones de instalaciones judiciales iniciadas en la gestión anterior. “La mujer del César no sólo de ser, también tiene que parecer”.
Así las cosas, no hay que perder la ilusión, todavía hay esperanzas, y es justo invitar a otros a imitar el liderazgo transformador de la magistrada presidente Rebeca Lizette Ráquel Obando, pues, indudablemente, lo que ella haga o deje de hacer, como a Messi, le garantizará un lugar en la historia.