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domingo, junio 30, 2024

La incertidumbre en la “facebookracia”

En tiempos de tránsfugas en los que a unos los expulsan, algunos llegan y otros se van de las instituciones políticas, en la misma semana que, coincidente con el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, el más reciente narco presidente fue sentenciado a morirse en la cárcel, inquieta el estercolero en que en ambas situaciones y en muchas otras han convertido a las redes sociales, casi fecales.

Si no fuera por la maledicencia para la que las usan unos, para mercadearse mostrando sus turgencias otras o para dilapidar el tiempo con comportamientos ociosos o lascivos, podría aseverar que el auge, específicamente de Facebook, prometía efectos positivos para sus usuarios.

Lo contrario ha ocurrido para la sana y pacífica convivencia y concretamente para promover y fortalecer la democracia, amenazada, según algunos, por esa red social lo cual ha hecho que los mismos se pregunten si es posible controlar a la bestia.

Una de las bases del sistema democrático de cualquier sociedad consiste en que sus ciudadanos puedan acceder a la información necesaria para tomar sus decisiones, el problema con las redes sociales radica en la facilidad para acceder a la información no siempre veraz, muchas veces falsa y frecuentemente tergiversada.

Y es que hay millones de noticias, datos, imágenes, encuestas, verdades y mentiras que circulan en Facebook, la red social con más usuarios del mundo que, si bien permite compartir recuerdos, crear eventos, movilizar grupos, unir a desconocidos para luchar por una causa común, también le posibilita a su dueño, Mark Zuckerberg, saber hasta lo que come y quiere la gente y toda esa información le genera millones de dólares de ganancias.

En ese contexto, sería ingenuo pensar que Facebook no tiene un rol importante por jugar en las democracias del mundo entero, amenazadas, según la revista británica The Economist, pues,, en vez de ser un espacio para enriquecer el debate público, se ha convertido “en un medio social que esparce veneno”.

Tal aseveración tiene sustento en el hecho que, desde enero de 2015 hasta agosto de 2017, 146 millones de usuarios de Facebook en Estados Unidos vieron o leyeron contenidos desinformativos producidos en Rusia. Entonces el 40 por ciento de los estadounidenses recibieron contenidos incendiarios o falsos (a manera de publicaciones o anuncios pagados) relacionados con las elecciones. En la mayoría de los casos, dicha información atacaba a la candidata demócrata Hillary Clinton y beneficiaba a Donald Trump.

Ante ese y muchos otros señalamientos, representantes de Facebook se han lavado las manos con dos argumentos principales. En primer lugar, la empresa no debe asumir el rol de un “ministerio de la verdad” y si lo hiciera, pondría en riesgo el derecho a la libertad de expresión. En segundo lugar, afirman que si aceptara y se comprometiera a controlar las noticias falsas o a censurar los discursos de odio, la tarea sería titánica y no existe un software o programa que permita hacerlo ante los millones de casos que aparecen cada día.

Muchos contenidos que circulan por las redes sociales buscan manchar la imagen de políticos progresistas con mentiras, desinformación e incitación al odio o al crimen sin que hasta ahora se hayan encontrado mecanismos efectivos que impidan a esos contenidos ilegales circular en esas plataformas.

No basta con solo culpar a Facebook o Twitter como los únicos culpables pues para los expertos en redes sociales, esas y otras plataformas digitales no implantan ideas en la cabeza de la gente, sino que, más bien, se han convertido en espacios donde las posturas que ya tienen los usuarios se refuerzan con los ‘me gusta’ o con las noticias compartidas muchas veces. Para decirlo en pocas palabras: si alguien es de derecha o izquierda, el algoritmo de Facebook le mostrará contenido que lo haga aún más imbécil u obcecado.

En su momento, muchos señalaron a la televisión y a la radio como amenazas a la democracia y en consecuencia rápidamente aparecieron los controles y “renovaron el alambrado del cuerpo político” o se creó el cerco mediático, como les encanta argüir a algunos.

Para Serge Desmarais, profesor universitario e investigador del impacto de Facebook en la sociedad, es contraproducente obviar los beneficios o potencialidades de las redes sociales que, si bien son complejas y multidimensionales, propician el compromiso público con distintas causas y animan a la gente a participar en la sociedad de distintas maneras.

El primer paso, entonces, depende de los ciudadanos y de sus gobiernos en comprender cómo funcionan las redes sociales, a qué intereses responden y qué tanto pueden controlar los dueños de esas plataformas que, al consolidarse como las novedades tecnológicas más revolucionarias del siglo XXI, lograron agrandar su influencia en proporciones globales.

De esa manera, mientras los gobiernos no definan sus límites, los ciudadanos toman decisiones trascendentales a partir de lo que leen y comparten en el ciberespacio y los efectos de lo que decidan o dejen de decidir se conocerá, si, por el bien de la democracia, ésta logró, o no, domar a la bestia.

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