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viernes, abril 18, 2025

La Iglesia en tiempos de autoritarismos

El aumento de los autoritarismos en América Latina exige de la Iglesia, católica y protestante, un riguroso examen del nuevo rol liberador del ser humano.

Corren tiempos de confusión, de injusticias y de una muy creciente desvalorización axiológica que hace del individuo un ser despistado en el mundo, insolidario, angustiado y hedonista en extremo.

A la par de esto, los regímenes autoritarios, especialmente los que se autodenominan “socialistas”, están aprovechando el desconcierto para aplicar sistemas arbitrarios, empobrecedores y restrictivos de las libertades de los ciudadanos, bajo la justificación del orden y la autoridad.

Asimismo, el crecimiento económico promedio anual de nuestro continente, que es apenas del 1,0 % entre el 2015 y el 2023, según la CEPAL, está impactando sobre una población económicamente activa, que ejerce presión sobre unos recursos cada vez más restringidos.

No necesitamos detallar la conmoción que este fenómeno está generando en la sociedad, entre ellos, la pobreza, la migración, descomposición familiar y una delincuencia cada vez más agresiva que está afectando principalmente a los pequeños emprendedores.

Ese aumento peligroso de regímenes autoritarios, en especial de aquellos que en su propaganda ofertan justicia, seguridad y una moralización de la política –aunque nada de eso veamos–, debe llamar la atención de la Iglesia que hoy tiene la gran oportunidad ecuménica de atenuar el sentimiento de abandono de la sociedad civil y detener, a un mismo tiempo, los embates del fascismo que reprime a pueblos como el de Nicaragua.

Decimos que la Iglesia perseguida marca el punto de partida liberador, porque no solo se trata de la amenaza a la estructura institucional, sino también a ese 75 % de feligreses católicos y evangélicos –según Latinobarómetro– que hacen diferencia en todo el continente.

En otras palabras, la Iglesia tiene la gran oportunidad que la teología de la liberación no tuvo en los años de la Guerra Fría, por desorientación ideológica y por un exceso de romanticismo filosófico que nadie entendía.

Pero hoy las cosas han cambiado. De hecho, casi nadie se ha fijado en que esa oportunidad radica en el púlpito, en las acciones pacíficas a favor del pueblo sufriente, en la coincidencia redentora que aglutina a todos los sectores de la sociedad civil, tanto en el culto como en las congregaciones y asociaciones civiles. Se trata de una nueva pedagogía enmarcada en la misma Doctrina Social de la Iglesia.

Grupos que tradicionalmente se han considerado antagónicos a la Iglesia, pero que sufren exclusión, marginamiento, persecución, etcétera, tienen cabida en esta nueva “ofensiva”
de amor, de concienciación, de despertar de la ciudadanía.

En síntesis, la Iglesia debe convertirse en voz y denuncia de las injusticias y los atropellos, trabajando arduamente con las organizaciones de la sociedad civil e instituciones de derechos humanos.

En tiempos de tiranía autoritaria, el deber le exige orientarse a la transformación de las estructuras injustas que deshumanizan al individuo, al tiempo que ofrece esperanza y resistencia civil, por qué no.

No se trata de derrotar a nadie, ni de crear mártires, sino de acercar y reconciliar sin desechar el acentuamiento de la denuncia constante y de estimular la conciencia de que la libertad y la justicia son para todos, sin distingos de clases, credos o preferencias.

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