Recientemente nos encontramos un interesante artículo que explicaba el concepto de “jugabilidad” como marco de referencia para el diseño urbano. Éste permite abordar aspectos como la inclusividad, resiliencia y salud, así como formas de mejorar la renaturalización, movilidad y el comercio. Implementarlo requiere involucrar a los niños; esos mismos que son presentados constantemente como nuestro futuro, pero que cada día más se dan cuenta que también son parte vital de nuestro presente. En Honduras, por nuestros altos niveles de pobreza y desafíos estructurales, la jugabilidad puede ser una herramienta poderosa para la transformación social y urbana.
El artículo a que hacemos referencia nos planteaba que se estima que “para el 2050 casi el 70 % de los niños del mundo vivirá en zonas urbanas, muchos de ellos en barrios marginales.” Asimismo, que para entender mejor el concepto de jugabilidad “pensemos en nuestros barrios y ciudades en términos de jugabilidad y movilidad desde el punto de vista de los niños y de su salud: ¿hay espacios saludables cerca de donde viven? ¿Pueden salir y cruzar la calle solos sin riesgo de ser atropellados? ¿Cuánta contaminación respiran? ¿Hay suficientes lugares donde puedan jugar sin peligro, con libertad y amplitud, sin tener que estar encerrados en casas o perimetrados por vallas?” Muchas de esas preguntas, en el caso particular de nuestras ciudades, nos dejarán con respuestas sumamente inquietantes.
Investigaciones sobre el juego desarrolladas en el Reino Unido han determinado que los niños en edad escolar (primaria) están perdiendo la libertad de jugar de forma independiente y no se les permite jugar solos al aire libre hasta los 11 años, dos años más que a la generación de sus padres. El British Children’s Play Survey, el mayor estudio de este tipo descubrió otro detalle importante: en la muestra de 1,919 padres o tutores con un hijo de entre 5 y 11 años, los niños jugaban un promedio de tres horas al día, y aproximadamente la mitad de ese tiempo al aire libre. La naturaleza es nuestra mejor aliada frente al cambio climático, especialmente para una población vulnerable como los niños. Los refugios climáticos sin tanto asfalto y con mucha vegetación y sombras naturales, nos protegen frente a las altas temperaturas, a la vez que generan un entorno mágico para el juego.
En los años noventa surgió un movimiento de ciudades amigables para los niños, cuya acción culminó en la Child-Friendly Cities Initiative, patrocinada por UNICEF. La Fundación Bernard van Leer, una ONG con sede en los Países Bajos, centrada en el desarrollo de la primera infancia, lanzó su iniciativa Urban95 en 2016, enfocada en las perspectivas de los niños en la planificación urbana. Ciudades de todo el mundo han adoptado elementos favorables a la infancia, y algunas han cambiado profundamente como resultado del cambio de perspectiva. En Shenzhen, China, se pidió a menores de 18 años que participaran en el rediseño de un parque local, sin permitir a los padres ofrecer orientación u opiniones. En América Latina, la Red OCARA lanzó un “kit detector de obstáculos” para involucrar a los niños en el rediseño de calles, con talleres de intervención en espacios públicos.
En la ciudad estadounidense de Boulder, Colorado, una iniciativa lanzada en el 2009 logró que los niños participaran directamente en la remodelación de la ciudad, junto con urbanistas. Niños de tan solo cuatro años participaron en el rediseño del Área Cívica del centro de la ciudad, utilizando excursiones, construcción de maquetas y cuestionarios. En general, a los niños les gustaba un contacto más directo con la naturaleza y deseaban más acceso a aventuras emocionantes.
Estas experiencias son elocuentes. Los niños piden renaturalización, movilidad activa, economía circular, socialización, y espacios de arte y juego. Esto no solo beneficia su salud, sino también la de toda la comunidad, incluyendo el comercio local. En Honduras, no podemos ignorar este tipo de iniciativas, las que perfectamente bien podrían adaptarse a nuestro contexto. No se trata de trasladarle la responsabilidad a los niños pues esa corresponde exclusivamente a los adultos, pero incluirlos en el proceso debería de convertirse en una práctica más común. Con ello se avanzaría hacia una gobernanza inclusiva que nos permita identificar nuevas formas de edificar un futuro más saludable.
Una ciudad que fácilmente podría alcanzar avances sustanciales en esta materia es San Pedro Sula, donde aún existen amplias zonas que pueden lograr entornos aptos para la jugabilidad. Extensas áreas que le darían espacio a jóvenes y adultos por igual, beneficiando a toda la comunidad con una ciudad más sana y placentera. El costo financiero para lograrlo es mínimo en relación a los beneficios que nos dejaría una ciudad más amigable para el desarrollo de nuestra niñez.
Por: Rodolfo Dumas Castillo
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