Todos nos permitimos el lujo de hablar de la IA como si tuviéramos el auto de último modelo. Sin embargo, la presunción va acompañada de un temor infundado y de un recelo justificado sobre el uso de las nuevas herramientas tecnológicas. He escuchado a los más iletrados decir que “el hombre está jugando a ser Dios”, desconociendo que el hombre siempre apuesta a convertirse en un ser absoluto.
Por otro lado, los profesores en las universidades hablan de la IA, advirtiéndoles a los alumnos que tengan mucho cuidado con su uso, porque quieren evitar que el “copy paste” famoso los haga trabajar más de lo necesario revisando lo que ellos suponen pueda ser un irreverente plagio, como si no existieran software especiales para detectar el fraude.
De igual forma se quejan de que los estudiantes de hoy han perdido el interés por las dinámicas en el aula y las tareas en casa, ¿pero es que acaso los docentes son incapaces de atraer la atención de los alumnos con retos tecnológicos innovadores y creativos? Eso me recuerda las reacciones de un profesor de semiología que a mediados de los 90 aseguraba que el Internet ensancharía las brechas educativas entre los ricos y los pobres. Pero el tiempo no le dio la razón.
Treinta años después, nuestro académico tiene presencia activa en todas las redes sociales, pero prefiere guardar silencio. Es decir, el mundo académico no puede abstraerse de las nuevas tendencias tecnológicas, como la IA, si pretenden adaptarse al ritmo cada vez más acelerado de la tecnología digital. Con ChatGPT hay un temor similar. Los educadores creen que los estudiantes seguirán la misma tendencia que con Wikipedia y otros sitios que ofrecen información abierta y directa.
Es decir, la desconfianza es tal, que ahora ellos mismos se encuentran al borde de la histeria porque creen que los alumnos cometen fraude solo que de manera más sofisticada. Eso lo aseguran los maestros que no entienden su uso y que temen que las tecnologías más avanzadas los dejen rezagados, en ridículo o les hagan perder sus empleos.
Pero, ¿qué novedad tecnológica y revolucionaria no altera el modo de hacer las cosas? Conozco muchos profesores universitarios y gerentes que se dieron de baja antes de que la tecnología los hiciera lucir obsoletos. A lo que muchos mentores ineptos se niegan, quizás porque sus escasas competencias y falta de creatividad se los impide, es hacer a un lado las aburridas dinámicas memorísticas, dificultosas e ineficaces, y diseñar las propias para estar a tono con las posibilidades que ofrece la IA.
¿Para qué agotarse buscando información en abrumadores archivos o en impresos cuando la información puntual se encuentra disponible en ChatGPT? Que los jóvenes no sepan sacarle provecho a la IA corre más por cuenta del docente que del alumno. No quitemos la mirada sobre los profesores que se rezagan por desidia, comodidad y apego por lo antiguo.
Reinventarse y practicar el “abandono planificado”, como decía Peter Drucker, debería convertirse en la consigna de estos tiempos; de lo contrario, ¿qué lugar quedará para el educador si no entiende que una “app” puede corregir ensayos, hacer cuadros comparativos y calificar exámenes?