Compañera latinoamericana. Bastimento de campesinos que siembran en tierra al Padre Maíz de la tortilla; cartucho de guerrilleros que antes se mataban por una bandera; salario de mozos: frijoles, huevo y tortillas; oficio de mujeres que seguían a sus hombres en batalla para asearles la ropa, baquetear los fusiles y curar sus heridas; identidad distinta entre tortilla española (patatas), a la francesa y rusa (blini); grosería si llamas tortillera a la que comercia con el sexo. Démosle vuelta a la tortilla.
Terminé de releer en Semana Santa “Jungle In The Clouds” del célebre estadounidense Víctor W. von Hagen (NY, 1940), y al arribar a sus últimas páginas recordé involuntario a Daniel Laínez, quien escribió allá por la década del sesenta “Elogio lírico a la humildad de la tortilla” y que exalta: “Sobre el lino impoluto de mi mesa / pareces una hostia tibia y blanca… / Hija legítima del maíz del trópico / de ese maíz tan blanco, tan puro y fino / como los dientes de mi novia casta”, quizás inspirado por el gran maestro mexicano Alfonso Reyes, quien en “Caravana” recita: “El campamento de mujeres batía palmas / aderezando las tortillas de maíz. / Las muchachas mordían el tallo de las flores / los viejos sellaban amistades lacrimosas / entre las libaciones de la honda madrugada”.
Fueron los nahuas quienes compusieron en su lengua náhuatl o mexicano las iniciales alabanzas al delicioso producto culinario, al cantar: “Madrecita mía, cuando yo muera / sepúltame junto al fogón / y cuando vayas a hacer tortillas allí por mí llora. / Y si alguien preguntara: – señora, ¿por qué lloras? / dile está verde la leña”… (Nomantzis o Madrecita en español).
Volviendo a von Hagen (“explorador, historiador arqueológico, relator de experiencias viajeras acerca de América precolombina”), cuando visitó Copán Ruinas -luego de explorar La Mosquitia en busca del quetzal y Montaña de la Flor tras los tolupanes- redactó una página terrible y emotiva sobre la cultura doméstica, no sólo hondureña sino del continente que parla español, a saber (traducción de madame Vilma Martínez): “La elaboración de tortillas es técnica que se adquiere después de años de práctica.
Tres veces al día, durante toda su vida y desde la niñez, las mujeres elaboran esas tortas de maíz con la masa que resulta de los granos triturados. Con cada palmear de mano voltean la tortilla con tanta regularidad como si lo hiciera una máquina. Para ellas cada tortilla es una obra de arte: deben prepararse con el grosor ideal y los bordes deben quedar perfectamente redondeados. En las viviendas a lo largo y ancho de Centroamérica y México se puede escuchar el palmear, palmear, palmear de la hacedora de tortillas.
Ninguna persona que viaje a estos países puede olvidar a esas mujeres tan generosas, de voz suave y pacientes, cuyo tiempo es absorbido mayormente por los niños que llegan, los niños que están muriendo y por la preparación de alimentos para sus numerosas proles. Incapaces por costumbre de participar siquiera en los leves libertinajes del marido, son constantes compañeras de sus esposos en las privaciones, la miseria y la muerte. Toda la vida de cada una de estas mujeres podría resumirse en un solo epitafio: Ella dio a luz, hizo tortillas y murió”.