En este terruño nuestro, donde lo imposible resulta probable y lo improbable es posible con mayor asiduidad o frecuencia de lo que debería, se registran situaciones variopintas o hechos casi increíbles en los que, por inverosímiles, aún tiene cabida la sorpresa.
Quizá por eso es que con alguna guasa o burla se acuña el dicho de que “aquí el plomo flota y el corcho se hunde” y algunos de esos incidentes parecen darles sustento a esas afirmaciones.
Entre esos sucesos inusuales y probablemente el más reciente destaca el ocurrido el 3 de julio 2023 en un encontronazo (vaya usted a creer) entre una avioneta y una motocicleta, en la pista de aterrizaje en Puerto Lempira, en Gracias a Dios, la inédita colisión consecuentemente dejó muertos a los dos ocupantes de la “moto”.
Antes, con más sensacionalismo y sarcasmo que con afán periodístico, el 15 de junio 2016, los medios de comunicación con profusión de fotografías y vídeos daban cuenta del choque, casi risible, entre un pickup doble cabina, propiedad de la Empresa Nacional Portuaria (ENP) que, en Puerto Cortés, fue a impactar contra un barco atracado en el muelle. Supuestamente el incidente ocurrió siete años antes de su divulgación y más que a la impericia del conductor, el percance se debió a fallas mecánicas.
Previamente, el viernes 30 de mayo de 2008, en Tegucigalpa, en el aeropuerto con una de las pistas de aterrizaje más peligrosas o riesgosas del mundo, el “Toncontín”, un Airbus de la empresa “Taca”, procedente de los Estados Unidos, dejó de derrapar al salirse de la pista e ir a impactar contra cinco vehículos causando cinco muertos y 84 heridos.
También, en otro caso, en su momento calificado como histórico, el 3 de julio de 2016, en la 33 calle, a pocos metros de la “Gran Central Metropolitana”, en San Pedro Sula, un tren con 120 pasajeros fue a chocar contra una rastra cargada con maíz.
El despistado chófer arguyó que por el ruido de los demás vehículos no escuchó los pitidos de la locomotora advirtiendo de su proximidad cuando al rastrero le dio por cruzar la vía férrea.
Otro caso infrecuente recientemente divulgado en esta columna cerebral, es la de una locomotora que, por interpósito medio, fue llevada hasta el frente del Primer Batallón de Infantería, en El Ocotal, Tegucigalpa, evidentemente con fines de exhibición al público.
Con semejantes antecedentes sobre la falta de destreza o los percances de conductores de estos medios de transporte aéreos, navales y terrestres, parecen darle sustento a la afirmación muy catracha de que lo que pasa en Honduras no ocurre en ninguna parte.
Y eso también parece ser cierto otra vez, basta ver en las afueras de la exhibicionista capital el sumergible o narcosubmarino utilizado por los cárteles colombianos y sus pares hondureños para enviar cocaína a los Estados Unidos.
Ese narcosubmarino fue incautado por Honduras en 2011, pero previamente, según un reportaje del periódico Proceso Digital, a mediados de junio de 2010, dos capos hondureños estructuraban detalles para recibir en la selvática Mosquitia un submarino con siete mil kilos de cocaína.
El cargamento sería recibido en Raya, Villeda Morales, por Arnulfo Fagot Máximo, “El Tío”, un narcotraficante condenado en los Estados Unidos.
Dicho armatoste, según las autoridades, transportaba 6,800 kilos de cocaína con un valor aproximado de unos 180 millones de dólares y fue detectado por helicópteros norteamericanos en el contexto de la operación «Martillo» que combatía las rutas del narcotráfico en las costas de Centroamérica.
Ante la presencia militar, la tripulación hundió la nave y su carga de droga a siete millas de la Isla del Cisne, a 250 kilómetros de tierra firme de Honduras, y fue sacado a flote con equipo especial proporcionado por los Estados Unidos.
Ese sumergible, no obstante, fue el último o más bien el más reciente del que se tiene conocimiento pues desde inicios de esta década los narcosubmarinos son preferidos por las organizaciones criminales para transportar su mercancía, preferencia debida a que en Centroamérica no hay tecnología para detectarlos y cuando esa detección ocurre es por el trabajo de los guardacostas estadounidenses.
Así, desde 2011, en Honduras se han interceptado cinco narcosubmarinos, de los cuales cuatro yacen en el fondo del mar.
Y ahí está el batiscafo narco, exhibido frente a la vieja locomotora, al otro lado de la carretera en El Ocotal, silente, testigo mudo de lo que a diario pasa ahí y hacen o dejan de hacer los militares y sus afines en el denominado “Campo de Parada Marte”.