No cabe duda de que el futuro del mundo se centra cada vez más en las ciudades. Según cifras del Banco Mundial, el 56% de la población mundial, es decir, aproximadamente 4,400 millones de personas, vive en zonas urbanas y generan el 80% del PIB mundial. Se proyecta que para el año 2050, cerca del 70% de la población mundial vivirá en ciudades. Lógicamente nuestro país no es la excepción y por eso es importante que nuestras ciudades sean prioridad en cualquier agenda de desarrollo, especialmente porque, mediante una planificación adecuada y la implementación de políticas públicas innovadoras, estas pueden convertirse en verdaderos motores de crecimiento.
El sector privado comprende claramente la relevancia de las ciudades para los negocios, ya que estas constituyen el principal entorno en el que operan las empresas. Aprovechar al máximo ese potencial empieza por una administración eficiente y amigable para los emprendedores. Esto incluye atender desafíos importantes como seguridad ciudadana, infraestructura de comunicaciones con tecnología de última generación, y proyectos de revitalización urbana que acaben con la marginalidad, tan groseramente visible en los “bordos” de nuestra ciudad. Todas estas iniciativas deben contar con el apoyo del gobierno central, notoriamente ausente desde hace mucho por estos lados.
Las ciudades también concentran valioso capital humano y oportunidades de negocio. Sin embargo, esto debe complementarse con una calidad de vida marcada por la seguridad, servicios de salud, educación, transporte público y vivienda, entre otros aspectos básicos. Todos estos son factores de competitividad que deben estimular una mejora de la oferta de servicios para atraer inversiones. Lograr esto requiere nuevos modelos de gobernanza que incorporen criterios de gestión empresarial.
Los gobiernos deben estimular sus ciudades, dotarlas de más recursos, y dar pasos hacia una verdadera descentralización. Por su parte, las propias ciudades tienen que establecer diálogos con los grupos de interés; definir el futuro de una ciudad es responsabilidad de todos, no solo de un grupo reducido de burócratas. Se deben crear espacios que permitan la participación ciudadana y el debate de la comunidad para alcanzar objetivos colectivos. Pero también es importante comprender que nuestras ciudades pueden convertirse en incubadoras de emprendimientos, siempre y cuando cumplan con las condiciones necesarias para crear un entorno amigable a la innovación, especialmente para los negocios tecnológicos.
Esas características están detalladas con precisión en el libro “The Rise of The Rest”, del autor Steve Case. De manera concisa, Case señala que un ecosistema tecnológico es como una rueda con siete líneas, todas conectadas y en movimiento: 1) start-ups, 2) inversionistas, 3) universidades, 4) gobierno, 5) corporaciones, 6) organizaciones de apoyo a emprendedores, y 7) medios de comunicación locales. Cada uno de esos elementos debe colaborar con lo pertinente para impulsar un ambiente donde la creatividad permita construir nuevas formas de negocio, especialmente aquellos que solucionen problemas de manera innovadora. Cuando todas esas piezas funcionan, las posibilidades son infinitas.
Así lo relata ese fascinante libro, mediante un recorrido por los Estados Unidos, donde algunas comunidades se han unido para convertirse en imanes de nuevas inversiones, descartando la idea de que los start-ups solo son posibles en Silicon Valley. En algunos casos incluso han logrado impactar en zonas mucho más amplias pues este método es contagioso y contribuye a construir comunidades más integradas y solidarias. Es difícil medir el impacto humano de ese tipo de desarrollo, pero ciertamente es profundo y transformador.
No obstante, para alcanzar sus objetivos, al igual que las empresas, las ciudades deben definir qué papel quieren desempeñar en el entorno global. Es decir, desarrollar estrategias para posicionarse a nivel nacional, regional y mundial, elegir las características de identidad por las que quieren ser reconocidas, y definir su oferta de valor agregado, y con ello demostrar que son metrópolis con las condiciones necesarias para quienes deciden invertir y desarrollar sus proyectos en ellas.
Todo esto es factible en Honduras, pero solo si los administradores de nuestras ciudades reconocen que las formas tradicionales de gestión están obsoletas y que el siglo XXI demanda un enfoque más holístico y participativo. También exige que las otras partes de la rueda cumplan su función, adoptando todos la firme convicción de que nuestras ciudades no solo son nuestro mayor atractivo, sino también el motor potencial que puede impulsar al país hacia un futuro más próspero.
Por: Rodolfo Dumas Castillo
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