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martes, abril 22, 2025

El poder para principiantes

Todos queremos tener poder y ejercerlo sin importar nuestra condición familiar, política, laboral o religiosa. Todos lo necesitamos. Cualquier relación humana implica imponer nuestra voluntad, o recibirla. Robert Greene, en sus “48 leyes del poder”, nos dice que “La sensación de no tener poder sobre otras personas y los hechos nos resulta insoportable”. Es decir, se trata de una condición que procede de la naturaleza misma, y que se impone burocrática y organizadamente en cada cultura.

Así, cualquier espacio donde nos movamos estará influido por una fuerza superior que nos impone sus reglas, o las imponemos nosotros. Ese dominio puede ser reglamentado o puede ser forzado. En ambos casos se trata de una fuerza impuesta, solamente que aquel es más “civilizado” que el segundo. O más sutil, si se quiere. En el primer caso, un estudiante acepta las reglas de la escuela, de lo contrario, se las verá con el comité de disciplina. En el segundo caso, puede ser que el jefe de una banda de maleantes tenga su propio código para ejercer el mando sobre el grupo. Las infracciones, en este caso, se pagan con la vida misma.

Se supone que el mayor poder lo ostenta el Estado a través de los gobiernos que lo administran, pero, en realidad, detrás de todo gobernante se parapetan fuerzas que ejercen un mayor influjo sobre las decisiones políticas y económicas; solamente que esas fuerzas de supremacía no aparecen en el organigrama, sino que permanecen en el anonimato. Pareto y Mosca les denominaban “élites”; los marxistas, “burguesías”. Marx aseguraba que llegaría el día en que los obreros habrían de desplazar a esa burguesía, para instalar la “dictadura del proletariado”. Desde luego que se equivocó.

Lo que queremos decir es que el poder no llega por sí solo, se gana; legalmente o haciendo trampa, hay que procurarlo a toda costa. “La realidad -decía un viejo líder guerrillero del FMLN- es un escenario donde las fuerzas se mueven para controlar e imponer sus propias reglas. Esas reglas tienen un nombre: la “constitución”. Las cartas magnas representan las condiciones donde un grupo elitista quiere preservar el poder y blindarlo contra cualquier otra fuerza “enemiga”, incluyendo a los propios súbditos.

Existen poderes externos a un país que también quieren parte del pastel mundial. En este momento, tanto China comunista como Rusia están demostrando que quieren ejercer dominio en América Latina para desplazar la hegemonía de los Estados Unidos. Son los mismos motivos que impulsaron a Marco Polo y a los navegantes españoles a conquistar América, y a los piratas y filibusteros ingleses a arrebatarles el oro a los españoles.

En América Latina, la lucha política está relacionada íntimamente con esas fuerzas externas; es decir, obedece a un plan geopolítico internacional reflejado en una lid constante entre grupos conservadores y la izquierda populista. En nuestro caso, el Gobierno y las fuerzas opositoras no dejan de moverse para controlar los espacios de poder: se configuran, se alían, pactan, entran en discordia, fingen disensos, etcétera, para definir esa lucha en las próximas elecciones generales.

Cuando dos grupos en discordia política colisionan, una tercera fuerza que nadie puede imaginar explota con todo y lava el día menos pensado: es un nuevo orden, un nuevo poder, un nuevo sistema. Quién sabe.

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