Ciudad del Vaticano.- En un gesto cargado de simbolismo y fortaleza espiritual, el Papa Francisco se asomó este Domingo de Pascua a la logia central de la Basílica de San Pedro para impartir la tradicional bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo).
Aunque el mensaje pascual fue leído este año por Monseñor Diego Ravelli, debido a los recientes quebrantos de salud del Pontífice, Francisco compartió breves pero sentidas palabras que conmovieron a los miles de fieles presentes.
El Santo Padre presidió la celebración desde su lugar, mientras el Cardenal Angelo Comastri ofició la misa pascual por decisión expresa del Papa.
Al concluir, un momento especialmente emotivo fue cuando Francisco, visiblemente emocionado, recorrió en el papamóvil la Plaza de San Pedro, saludando a los peregrinos que colmaron el lugar en una muestra de cariño y cercanía.
“¡El amor venció al odio!”
El mensaje central del Papa giró en torno a la Resurrección de Cristo, fundamento de la esperanza cristiana.
“Desde el sepulcro vacío de Jerusalén llega hasta nosotros el sorprendente anuncio: Jesús, el Crucificado, ‘no está aquí, ha resucitado’ (Lc 24,6). No está en la tumba, ¡es el viviente!”, proclamó.
Francisco reafirmó que el bien y el amor prevalecerán sobre el mal: “El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira.
El perdón venció a la venganza.” Y aseguró a quienes sufren: “Sus gritos silenciosos han sido escuchados, sus lágrimas han sido recogidas, ¡ni una sola se ha perdido!”
En otro pasaje, expresó: “Cristo, mi esperanza, ha resucitado. Gracias a Él, la esperanza no defrauda (Spes non confundit, cf. Rm 5,5). Es una esperanza comprometida, que responsabiliza, que impulsa a construir un mundo más justo”.
Un clamor por la paz mundial
Francisco alzó su voz contra los conflictos que ensangrientan al mundo: “¡Cuánta voluntad de muerte vemos cada día! Cuánta violencia en las familias, contra mujeres y niños, cuánto desprecio por los más débiles y migrantes.”
Pidió especialmente por la paz en Tierra Santa, recordando que este año la Pascua fue celebrada el mismo día por católicos y ortodoxos: “Desde el Santo Sepulcro se irradie la luz de la paz sobre toda la región y el mundo entero”.
Mostró su cercanía al sufrimiento de cristianos en Palestina e Israel, y denunció el “creciente clima de antisemitismo que se difunde por el mundo”.
También expresó su preocupación por la situación en Gaza: “Donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, provocando una crisis humanitaria dramática e indigna.
Es urgente un alto el fuego, la liberación de rehenes y ayuda humanitaria a la población”.
Llamado a la reconciliación en zonas de conflicto
El Papa dedicó oraciones y palabras de aliento a diversas regiones en crisis:
Ucrania: Deseó que “Cristo resucitado infunda el don pascual de la paz” y animó a avanzar hacia una solución justa y duradera.
Líbano y Siria: Reafirmó el compromiso de la Iglesia con los cristianos del Oriente Medio.
Yemen: Pidió diálogo para una salida pacífica a la prolongada crisis humanitaria.
Cáucaso Meridional: Animó a Armenia y Azerbaiyán a firmar un acuerdo de paz definitivo.
Balcanes, África y Asia: Reclamó solidaridad con pueblos afectados por guerras, en especial en el Sahel, el Cuerno de África, Sudán, Sudán del Sur, Myanmar y la República Democrática del Congo.
Contra el rearme y por la dignidad humana
Francisco alertó contra la carrera armamentista: “La legítima defensa no puede justificar el rearme general.
La paz no es posible sin un verdadero desarme”. También denunció la falta de libertad religiosa y de expresión en algunos países, afirmando que sin estas, “la paz no es posible”.
Pidió a los líderes del mundo usar los recursos para alimentar, educar y sanar, en lugar de sembrar muerte: “Estas son las verdaderas armas de la paz, las que construyen el futuro”.
Una Pascua para liberar y sanar
En el marco del Jubileo Ordinario de 2025, el Papa hizo un emotivo llamado a liberar a prisioneros de guerra y presos políticos. “Que esta Pascua sea ocasión para abrir las puertas del perdón y la reconciliación.”
Finalmente, concluyó con una visión esperanzadora: “El Señor vive para siempre y nos infunde la certeza de que estamos llamados a la vida que no conoce el ocaso. Encomendémonos a Él, porque solo Él puede hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5)”.
El mensaje del Papa Francisco resonó como un eco de esperanza para un mundo dividido, recordando que la Resurrección no es solo un hecho del pasado, sino una fuerza viva que llama a la paz, a la compasión y al compromiso con el prójimo.
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