Han pasado 95 años y aún no hay respuestas. Un pueblo Inuit asentado a orillas del lago Angikuni, en Nunavut, Canadá, desapareció en 1930, dejando tras de sí un enigma que sigue sin resolverse. ¿Dónde están las 1.200 personas que habitaban la aldea?
La comunidad Inuit vivía de la caza y la pesca, asentada en un lugar estratégico para su supervivencia.
Comerciaban con otros poblados cercanos y mantenían buenas relaciones con los viajeros que llegaban a la zona.
Uno de ellos era Joe Labelle, un cazador canadiense que solía visitar la aldea cada año para vender pieles.
Sin embargo, en el verano de 1930, su llegada al pueblo estuvo marcada por una sensación de inquietud.
Una tormenta repentina y violenta azotó la región y, cuando pasó, el silencio se apoderó del lugar.
No había señales de vida: no se oían perros ladrando, no había humo en las fogatas, ni el bullicio habitual de los niños jugando.

Al recorrer el campamento, Labelle encontró algo aún más inquietante:
- Las viviendas estaban intactas.
- Los kayaks seguían amarrados a la orilla del lago.
- No había huellas en la nieve, ni de personas ni de trineos.
- Las escopetas de caza seguían en sus lugares.
- Las despensas estaban abastecidas con provisiones.
- En varias casas, la comida estaba a medio cocinar, como si los habitantes hubieran desaparecido en medio de la rutina diaria.

La desaparición sin explicación
Alarmado, Labelle dio aviso a la Policía Montada de Canadá, que llegó al lugar con un equipo de rastreo. Pero ni los mejores exploradores lograron encontrar rastro de los Inuit.
Lo que sí hallaron fue algo escalofriante: los perros de trineo, que habían sido dejados atrás, murieron de hambre y algunos se devoraron entre sí.
Para la policía, esto confirmaba que la desaparición no fue voluntaria, pues los Inuit consideraban a estos animales como sagrados y jamás los habrían abandonado.

El cementerio vacío y la extraña luz verde
Otro hallazgo desconcertante fue el cementerio Inuit, donde todas las tumbas habían sido abiertas y los cuerpos desaparecieron.
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La costumbre de los Inuit era enterrar a sus muertos bajo montones de piedras, lo que hace que moverlos sea una tarea difícil y laboriosa.
Al interrogar a los habitantes de aldeas cercanas, muchos recordaron haber visto, días antes de la tormenta, una misteriosa luz verde descendiendo sobre la aldea Inuit.
Algunos pensaron que era una aurora boreal, mientras que otros aseguraron haber visto algo más aterrador.
Uno de los testigos, el cazador Armand Laurent, reportó un evento similar: un objeto cilíndrico y brillante cruzó el cielo en dirección al lago Angikuni.
Su testimonio había sido archivado por la policía, pero tras la desaparición masiva, cobró una nueva relevancia.

95 años después, el misterio sigue abierto
Desde aquella noche en 1930, nunca más se supo de los 1.200 habitantes del pueblo Inuit.
¿Fueron víctimas de un fenómeno natural desconocido? ¿O acaso algo llegó desde el cielo para llevárselos?
A casi un siglo del suceso, el enigma del lago Angikuni sigue sin resolverse.