Una brevísima fábula resume y demuestra la sordera y necedad actual, el porqué de los diálogos inútiles, pláticas infructuosas y negociaciones forzadas en las que la clase política se niega a despojarse de intereses mezquinos y finamente prevalezca lo que conviene a la patria y a su gente.
Dicha parábola señala que: “Por más que la abeja le explique a la mosca que las flores y su miel son mejores que la basura, la mosca nunca lo entenderá porque siempre ha vivido en la mierda y disfruta de ella”. Solo así se explica lo que pasa en estas profundidades.
El convenio, pacto, acuerdo, trato, concierto o negociación, es una herramienta clave para la vida misma. Negociar no es mandar, implica el involucramiento de todos para que lo acordado o consensuado sea formal y legítimo y no responda a convicciones solitarias o individuales.
Negociar es influir para tener en todo momento las puertas abiertas a la paz (este es un proyecto de todos), o a la guerra (esto se hace porque es mi decisión).
Siendo así, cuesta creer que algo tan obvio y lógico, posiblemente fácil y quizás difícil, haya aparentado ser casi imposible, funesto sí y casi trágico, para consensuar o ponerse de acuerdo para elegir al nuevo Fiscal General y al Fiscal General Adjunto.
El comportamiento de los diputados, especialmente sus caudillos, otra vez ha dejado mucho a deber a la ciudadanía, porque evidentemente la clase política aún no aprende de los fracasos, errores y lecciones reprobadas, lo cual aunque entendible, resulta intolerable, injustificable e incomprensible para el infortunio de quienes los eligen.
La política es el arte de ponerse de acuerdo con intereses diferentes para permitir la convivencia y, para eso, en la toma de decisiones, es necesario conocer todas las opiniones, las visiones y toda la información de una manera transparente, sin descalificar ni minimizar nada ni a nadie, y evitar la sensación de que hay una forma de influir oscura y a puerta cerrada.
Evidencia de lo anterior es Simón Péres (sic), político, parlamentario, estadista, escritor y poeta, dos veces primer ministro y presidente del Estado de Israel desde 2007 hasta 2014, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, en 1994, conjuntamente con Isaac Rabin y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, alguna vez el terrorista más odiado y el peor enemigo del Estado judío pues guerreó para su desaparición.
De este estadista de excepción rescato algunas experiencias, sin la esperanza que los pigmeos de la política nuestra aprendan de un gigante en el arte de hacer posible lo que parece imposible.
“No puedes negociar con alguien que no respetas pues la negociación se acaba antes de empezar. Cuando negocias debes tener cuidado en no ganar demasiado, cuando eso ocurre pierdes al interlocutor y se acabó”.
“En determinado momento si no puedes llegar a un acuerdo, el único acuerdo que se puede alcanzar o conseguir es un desacuerdo y dejar las cosas como están. En un acuerdo pierdes y ganas”.
“Para la tolerancia hace falta la mayoría, para la intolerancia basta con un pequeño grupo”.
Para la dos veces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, la política también es el arte de ponerse de acuerdo, de consensuar, de identificar cuáles pueden ser sus ciertos intereses tras cada una de esas metas y buscar la mejor forma de salir adelante.
No obstante, la política también consiste en prometer lo imposible cuando se está en la oposición y justificar la inmoralidad de las medidas tomadas cuando se accede al poder.
François de Callières, un diplomático francés de la Corte de Luis XIV, de quien dependió buena parte de la firma entre franceses y españoles del tratado de Ryswick en 1697; en su libro “Negociando con Príncipes”, todo un tratado sobre el arte de negociar señala: “Si el propósito es obtener éxito en las negociaciones, resulta más importante escuchar que hablar, mostrar mucha flema, autocontrol y discreción y saber valerse de una paciencia a toda prueba”, y añade: “Siempre conseguirá más negociando que imponiendo. No olvide que, en el fondo, la negociación no es más que ejercer el poder de la influencia”.
El negociador debe ponerse en el lugar del otro y decirse: si yo estuviera en su posición y tuviera el mismo poder, las mismas pasiones y los mismos prejuicios, ¿qué efecto causarían en mí las cosas que debo proponerle?
Todo lo anterior habla de la sanidad política y claridad moral de grandes jefes de Estado y excepcionales negociadores, enormes en su dimensión ética y compromiso para con los suyos, lo contrario, la podredumbre se ve aquí, siempre, casi a diario, y en esta ocasión más que nunca.
Seguramente por situaciones similares es que el estadista israelí, Simón Péres, enfatizó: “La enfermedad de los políticos es la sospecha, son muy desconfiados y por eso tienen que luchar y luchar entre ellos como competidores. Con ellos la opinión pública está siempre alerta, en tensión, siempre preocupados por lo que pasará el día siguiente. Dicen que no se puede ser político sin estar enfermo”.
Infortunadamente, esa tragicomedia eterna que mantiene en vilo a la población, lejos de corregirse se seguirá viendo, porque, como lo dijo el dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, y creador del teatro épico o teatro dialéctico, Bertolt Brecht: “La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”.