Mire, me dijo la cipota, en la esquina de la pulpe, cerquita de donde venden baleadas y camino al punto de taxis, nosotros, don, ya días anduvimos en la calle, gritándole su señora madre a los que se fueron y quemando una que otra llanta y, de vez en cuando, comiéndonos una que otra humeada y, obvio, bien arropados con la bandera color rojo cólera y negro luto, la heredada de camaradas eslavos, como dice mi novio, me dijo riéndose con picardía, al recordar algún arrumaco, creo yo.
Pero ¿sabe, don?, cuando llegamos al poder, nosotros esperábamos un cambio, hinchados de emoción estábamos por haber logrado cambiar la vaina, caminábamos emocionados creyéndonos que ya vivíamos en el paraíso que prometieron, para nosotros los que vivimos el sentimiento, ese de sentir que nos penqueamos por algo era casi un alucine grande grande, como un compa mío que, de tanto fumar mota, se quedó más arriba que la canasta básica, reconoció con una carcajada, pero ya ve don, que la cosa no es así, remató con una tristeza de hambre. ¿Sabe?, dijo de súbito con un giro de sentimiento, hace un par de meses mi viejo me hizo leer un libro importante porque dice que no solo de quemar llantas y tragar gas vive uno, dijo con una estruendosa carcajada, mi papá es zapatero de profesión, fíjese, bueno bueno el señor, pero literato de corazón aunque no lo crea, él ve cómo, aunque sea prestado, y me consta que los devuelve, se lee un libro mínimo al mes, es de esas mentes de aquí que, por cierto, abundan, dijo con algo de gris en su frase, que tuvieron la mala suerte de haber nacido en estas latitudes y en vez de cultivarse como se debe, como las mentes dotadas que debieron regarse con la leche y la miel del saber, tuvieron que aprender a pelear el plato de comida a diario porque si no para qué le cuento, así de trágica es la vida que vivimos, así de amarga es la realidad, por eso queríamos cambiar la vaina, no más hambre del estómago y más hambre del seso, y para tenerlo teníamos que progresar, pero ya ve, me dijo, levantando los brazos, con una mueca de resignación.
La cosa es que me puso a leer una historia escrita por un señor ya días, de un caballero que le faltaba un tornillo y vivía en lo mágico, en su idea propia de la realidad, tan fregado andaba el hombre que como que se metió a pelear con unos molinos de viento y otros desmadres, pero, ¿se imagina, don?, ponerse a pelear con una caseta donde estaban los dichosos molinos, creo que, supongo, son como donde muele maíz don José con su molino de faja gruesa y más bulla que una rocola a fin de mes, aquel mismo que le sube a la molida cada viernes diciendo que la luz está más cara, ¿se imagina cómo andaba de subido el dichoso caballero?, me dijo riendo, casi como el motero que le comenté, ¡o tal vez más arriba! La cosa es que ese señor andaba con un achichincle, que ese sí tenía los pies bien puestos, era el que ponía orden o le arreglaba los desmanes al señorón , creo que se llamaba Sancho el Panzón, me parece, la cosa es que en eso se la pasa todo el libro, siendo la parte sensata y me parece que eso le da vida al libro y por eso es muy famoso, yo de libros casi no sé nada, mejor las pelis, digo yo, pero mi viejo insiste en que lea, que afloje la mollera y que lo leyera porque ese libro es especial, me dijo, y sí estaba muy bueno, con el equilibrio perfecto, el mero mero medio zafado y el de abajo arreglando la vida, casi, como siempre, ocurre en la realidad, por cierto.
Pues mire don, así merito estamos, pareciera que los que llegaron a la silla, la señora y toda la realeza, que no sé cómo se sientan todos juntos o tal vez se turnan, están igualitos que el caballero de la historia, puros clavos andan haciendo, como que no tuvieran una idea de la vida, como que no entendieran en qué se han metido, solo macaneos arman pues, mire que ahora hasta el aeropuerto le van a dar a no sé quién, para que mire Don, los que se fueron nos querían vender en pedacitos y éstos como enteros pero calladitos y de a poquito, igualitos estamos a ese caballero del libro, que andaba la mente algo frágil y no ven las cosas como son, pero lo que más me da miedo, y se lo digo yo que estuve con la misma camiseta, pero ahora le hablo con la de catracha puesta, lo que más me asusta, es que en esta historia nuestra de nosotros, la que estamos escribiendo pues, no veo ningún Don Sancho el Panzón que nos ordene la realidad y les enseñe que en la vida es como los molinos de viento, no son gigantes.