He escuchado ya a varias personas que pasan un poquito los treinta decir que a veces sienten como si fueron “echados” a la vida sin tantas instrucciones que digamos, como quien es lanzado “a la guerra sin fusil”, algo que les parece tremendamente injusto.
Greta Garbo, icónica actriz del siglo XX, decía algo parecido: “La vida sería maravillosa, si tan solo supiéramos qué hacer con ella”.
Y es que, así como hay gente que cree tener bien claro el camino a recorrer, los hay quienes no terminan de sentirse perdidos.
Estas cuestiones suelen presentarse en nuestra mente (en la de todos, al menos una vez en la vida), cuando conducimos, cuando tomamos una ducha o pasamos una noche de insomnio.
Tal vez por eso el mundo insiste en mantenerse ocupado, acompañado y conectado; porque así se evita el afrontamiento de ese tipo de pensamientos, el enfrentamiento con uno mismo.
Esto me recuerda un fragmento de Ordinary World, el éxito de Duran Duran que dice algo así como “Apago la luz, la televisión y la radio y ni aún así logro escapar de tu fantasma”.
Solo que en este caso se busca a huir del recuerdo de alguien en específico.
Volviendo a esos momentos en los que nos sentimos como el “Barco a la deriva” de Guillermo Dávila, esto tiene una razón de ser: El despertar de la consciencia.
Ese “darse cuenta” que viene incluida con la madurez. ¿O sea que entre más inmaduros e inconscientes, más felices? Puede que sí.
Cuando éramos niños ni enterados de nada, de adolescentes más que consciencia lo que nos llegaba era un montón de preguntas sin respuestas y confusión.
Pero ya llegando los veinte y entrando a los treinta… zas! Nos pega la realidad.
Edward Osborne Wilson asegura: “El verdadero problema de la humanidad es el siguiente; tenemos emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso”.
Si reconocemos que lo que nos dice este prestigioso biólogo norteamericano es verdad, entonces hay razón de sentirse de vez en cuando en medio de un laberinto.
La gente que se siente perdida tiene razón de sentirse así y probablemente sea solo cuestión de tiempo para que a aquellos que sienten que andan navegando por aguas tranquilas les llegue ese acontecimiento, esa situación, ese cambio brusco, ese detonante que les obligue a replantearse todo el camino, desde el comienzo.