Por: Sergio A. Membreño Cedillo
Alberto O. Hirschman (1977) señala que “uno de los factores más importantes del desarrollo es la forma en que los intelectuales imaginan las posibilidades del progreso, por lo tanto, se volvió claro que la forma en que entendemos el mundo conforma la manera en que podemos cambiarlo…” y Douglas C. North, Premio Nobel de Economía (1993), lo afirma en su seminal obra “Instituciones, cambio institucional y desempeño económico”. Vuelvo ahora a dos cuestiones fundamentales del cambio social, político o económico. Primero, ¿Qué determina las pautas divergentes de evolución de sociedades, grupos políticos o economías a lo largo del tiempo? y segundo, ¿cómo explicamos la sobrevivencia de economías con desempeño persistentemente bajo durante largos lapsos de tiempo? Hago estas citas para introducir la temática de qué tan importante es la cultura en los procesos políticos y económicos, facilitando una visión para entender aún con toda su heterogeneidad, a la región de América Latina. Un supuesto complejo, pero relevante es reconocer que detrás de la economía y de la política subyace la cultura, no únicamente como una cosmovisión propia de pensar, sino de hacer y entender cómo la economía y la política actúan, se entrelazan y al final se perfilan. En concreto, cómo la democracia y el crecimiento económico funcionan, y en esencia cómo ciertos países alcanzan el desarrollo y otros no. La tesis principal es que los elementos de la cultura de un pueblo o nación influyen más de lo que la ortodoxia y la literatura académica del desarrollo reconocen. La cultura facilita o limita el desarrollo sostenible. En ese sentido, es estimulante y muy pertinente repensar el desarrollo desde la cultura y de cara a las crisis recurrentes y profundas de la América Latina. Detrás de la economía y de la política subyace el comportamiento humano y este se modela a través de las ideas, de la tradición, de las leyes, de los códigos de conducta y en la historia. Es reconocer la cosmovisión muy propia o endógena de cómo la población de cada nación piensa e interactúa. Allí yace la cultura como un elemento central que permea todos los ámbitos del desarrollo de una sociedad. Tanto intelectuales como pensadores que no vienen de la disciplina de las ciencias económicas han planteado esta dimensión, pero aún subsiste un desconocimiento o sesgo hacia visiones muy economicistas de la comprensión del desarrollo. Aportes sustantivos vienen de las teorías neo-institucionales e institucionalistas que han privilegiado las instituciones y el Estado de derecho y la necesidad de instituciones sólidas. Los aportes de Douglas North van en esa dirección y plantean la necesidad de instituciones eficientes y un Estado derecho para el desempeño económico. Muy relevante e iluminadora la distinción de North sobre el contexto anglosajón y el latinoamericano, y cómo las peculiaridades históricas y culturales definen y condicionan la economía y la política. Diversos economistas han planteado la necesidad de la cultura como un paso más allá de la economía para entender no solo el funcionamiento de la sociedad y el desarrollo, sino el mismo desempeño económico. Destaco autores como Huntington (1996), Landes (1999), Inglehart y Baker (2000) que arguyen que la cultura de una nación o región debería ser comprendida para explicar el crecimiento económico_ cultura como fuerza central del desarrollo_, porque las instituciones responden a la conducta y comportamiento de la población, el respeto a la ley, las creencias, y su forma de actuar en la democracia y en la economía. Ya Max Weber(1905) argüía en su libro clásico “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” que las prácticas y creencias religiosas tenían importantes consecuencias para el desarrollo económico. En ese pensamiento entendemos la cultura política como un conjunto de valores, creencias y actos que subyacen y orientan a la clase y el modelo político desarrollado en la nación. Hay un conjunto de valoraciones políticas contemporáneas que perviven de su historia y que derivan de un modelo de caudillismo político heredado de la colonia española y trasmitido a los regímenes presidencialistas de la región y cómo ese modelo sociológico-político se refleja, penetra y se compenetra en los valores y actitudes del político hecho funcionario de gobierno: presidente, ministro, empleado público. En esencia, una cultura política fundamentada en el caudillismo político heredado del siglo XVIII y que aún subsiste en el siglo XXI. No es de data reciente y es una vertiente social-política que hay que considerar de cara al rol de las instituciones y cómo esa cultura política las permea. Tan importante como la calidad de las instituciones es la calidad de los que las administran y las forjan. Únicamente en esa sinergia podemos delinear el rol de las instituciones, su calidad, su alcance, sus limitaciones y potencialidades.