Columna de opinión por Sergio A. Membreño Cedillo
Académico y ensayista
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@SergioAMembreo1
En América Latina en mayor o menor grado hemos convivido desde la colonia en un proceso similar al del mito de Sísifo, llegando a la cima y cayendo permanentemente. Es en ese entorno en el cual se refleja una amplia gama de casos de corrupción e impunidad en la región y que derivan su génesis de esa cultura caudillista de la política.
Por ello, en este siglo, la tecnología, la innovación y las nuevas técnicas no han detenido el tren de la corrupción.
Por otra parte, este modelo se ha extrapolado en los sectores de la economía, generando un mercado cautivo y una captura del estado (Kauffman, D 1998), y su control por la clase económica tanto en la gestión pública como en el funcionamiento del propio estado.
Un modelo de clientelismo político que evade y se burla de la meritocracia, que fortalece la corrupción y la impunidad y elimina todo proceso la trasparencia y de la integridad, ha caracterizado a la gestión pública en América Latina.
Ello ha profundizado la pobreza y la inequidad, un proceso que no finaliza, debilitando la democracia. Es un círculo que se influye y no recoge las lecciones aprendidas del camino hacia el Estado de derecho, la democracia y la economía.
A lo esbozado se agrega un fenómeno relativamente más nuevo, complejo y despiadado como lo es el narcotráfico y la infiltración en las economías y en la política. En conclusión, ha permeado el Estado latinoamericano, tendencia muy profunda en el triángulo norte de Centroamérica, pero no exenta del resto de países de la región latinoamericana.
Una visión iluminadora para comprender o desentrañar esta problemática es la del historiador español César Vidal (2016) sobre el contexto histórico del Triángulo Norte de Centroamérica.
Agrego la declaración de Mario Vargas Llosa, Premio nobel de literatura, en el diario español El País del día 21 de abril del 2019 sobre el suicidio del expresidente peruano Allan García que encuentro muy pertinente y en la línea de pensamiento que hemos esbozado, dice: “¿No es verdaderamente escandaloso, una vergüenza sin excusas, que los últimos cinco presidentes del Perú estén investigados por supuestos robos, coimas negociadas, cometidos durante el ejercicio de su mandato?
¿Esta tradición viene de lejos y es uno de los mayores obstáculos para que la democracia funcione en América Latina y los latinoamericanos creen que las instituciones están allí para servirles y no para que los altos funcionarios se llenen los bolsillos saqueándolas?”.
Destaco que esta tradición viene de lejos, porque está asociada al modelo caudillista que culturalmente ha permeado la región, la forma de hacer política ha capturado el Estado no para el bien común, por el contrario, ha debilitado la ciudadanía y ha impactado en cómo la economía funciona, evidenciando no únicamente la génesis, sino el modus operandi de la corrupción hoy día en varios países de la región.
Es fundamental comprender la naturaleza del poder y su alcance en la región latinoamericana para discernir con mayor precisión las consecuencias para el Estado, la democracia y el desarrollo.
No es tampoco un problema únicamente técnico, es necesario tener una comprensión de cómo las leyes operan, sus virtudes y defectos; y las explicaciones no son únicamente innovación y tecnología.
Hay una dimensión de comportamientos, pautas, conductas, tradiciones y herencia espiritual que nos conecta con la dimensión cultural y su incidencia en la sociedad. En América Latina el desafío no es exclusivo de los partidos políticos, es fundamental la responsabilidad ciudadana, la falta de un votante poco consciente favorece el caudillismo en todos sus niveles: presidencial, diputados y alcaldes.
El liderazgo ético y democrático es indispensable para una democracia trasparente y vigorosa. Por lo tanto, es esencial considerar los elementos intrínsecos de la cultura política tanto en la democracia como en la economía.
Hay que repensar el rol de las instituciones y su relación el comportamiento y valores de la clase política, el sector empresarial y el ciudadano.
En ese sentido, considerar las instituciones per se sin tomar en cuenta al político que emite las leyes, al funcionario que las ejecuta y al ciudadano que demanda servicios, se corre el riesgo de no encontrar soluciones que respondan a la raíz del problema generando crisis recurrentes de la economía y política en América Latina.
Finalmente, como lo he reflexionado en mis artículos anteriores, es necesario deconstruir el modelo caudillista y abrir espacio a la construcción de un liderazgo ético en la economía y en la política.
Una nueva forma de plantearlo, pero con el mérito de reconocer donde está el problema, y cómo se pueden propiciar apoyos en programas y proyectos que aporten en la generación de un capital social y espiritual necesario para transformar Latinoamérica. Necesitamos continuamente repensar el desarrollo sostenible.