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sábado, abril 19, 2025

Civismo y nostalgia

UNA de las razones, quizás la más importante, de que la sociedad hondureña se haya hecho un solo nudo frente a la agresión salvadoreña de julio de 1969, es que todas las generaciones, al margen de los gobiernos de cada turno, habían recibido una educación
primaria y secundaria basada en principios éticos y en el espíritu del civismo.

La mayoría de hondureños había alcanzado, como promedio, el tercer o cuarto grado de educación primaria y había memorizado y cantado al pie de la letra el “Himno Nacional” y
“La Marsellesa” derivada de los experimentos de la revolución francesa.

Los muchachos de educación secundaria conocían los mejores aportes pedagógicos
que se habían ensayado durante los decenios del cincuenta y del sesenta provenientes principalmente de Chile y de la UNESCO, y habían aprendido a “convertir las palabras en acciones”.

Los pocos universitarios que cursaban estudios superiores habían aprendido, además, a exhibir una actitud crítica positiva frente a cualquier circunstancia, y denunciaban las falencias en nuestras propias filas militares, lo mismo que los intereses ocultos detrás de aquella agresión aparentemente inexplicable, de un país hermano contra otro país hermano.

Había un espíritu de civismo crítico que facilitó el despertar, casi de un día para otro, principalmente de las élites jóvenes pero también del resto de la sociedad hondureña que había estado aletargada.

Eso facilitó la sobrevivencia de Honduras. Aquel civismo cultivado en las aulas y en el hogar, que pareciera haberse extinguido, hoy despierta la nostalgia en nuestras almas respecto de los “tiempos ya idos” en que todavía se conservaba el tejido moral
de nuestra sociedad, sin violencias extremas y sin odios estériles.

La nostalgia es una de las características de la condición humana esencial, y es casi imposible anularla por decisiones técnicas y administrativas demasiado jerarquizadas. Así que sentir nostalgia por los buenos tiempos y por los aspectos positivos del pasado, es parte inherente del discurrir humano.

Sentimos nostalgia por las dos o cuatro horas de lectura en voz alta en las aulas de clases, que ayudaban incluso a mejorar nuestra dicción y a refrescar la memoria sobre los acontecimientos históricos.

En la asignatura de “Moral y Cívica” se enseñaba a los niños y adolescentes a comportarse en el centro de la sociedad.

A respetar a las damas, damitas, profesores y ancianos. A penetrar correctamente en el cinematógrafo, y a sentirse orgullosos de los símbolos patrios
y de las potencialidades económicas (tal vez adormecidas) de cada subregión del país.

Había concursos de oratoria, de teatro y de poesía que entretenían a los muchachos en actividades sanas, que abrían las puertas a los liderazgos y que contribuían a caminar con honestidad por las rutas del civismo individual y colectivo.

Todo eso pareciera haberse extraviado a finales de la década del setenta y en el
curso de los años ochenta.

No había maras ni pandillas proliferantes en la sociedad hondureña como las que conocemos actualmente, muchos menos los extorsionadores que se encargan, hoy en día, de destruir los pequeños y grandes negocios del transporte y otros rubros importantes.

Lo que sí había eran dos o tres pandillas de barriada que se extinguieron como si nunca hubiesen existido, gracias a los deseos de los jóvenes de mejorar sus condiciones personales y sus niveles educativos.

No es cierto que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero es cierto que hubo valores morales en el pasado que convendría recuperar por encima de cualquier obstáculo.

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