Vivir en un país donde las oportunidades están limitadas por la corrupción, el desempleo y la degradación ambiental requiere mentes fuertes. Se necesita que las personas que tienen el privilegio de estudiar, trabajar, alimentarse y tener un techo, sean capaces de dar una milla extra, no solo por ellos, sino por la comunidad. Es crucial mantener la mente protegida de la desilusión y el fracaso, porque el entorno en países como Honduras es difícil para quienes no son delincuentes, ni narcotraficantes, para quienes desean hacer las cosas bien, que buscan prosperar en un negocio o empleo. No es fácil, pero tampoco imposible.
El dinero en sí mismo no hace mal a nadie, pero si el amor desmedido por este, en otras palabras, la manera de cómo se obtiene, es lo que marca la diferencia. La riqueza con trampa es similar a hacerse el harakiri, aunque pueda parecer ventajosa a corto plazo, en realidad es una forma de autodestrucción.
El ser humano enfrenta dificultades a nivel personal, nacional y global. Un ejemplo recurrente es la Segunda Guerra Mundial, que demostró el lado oscuro y perverso de líderes psicópatas, pero también demostró la capacidad de resiliencia y éxito de personas que lograron sobrevivir a campos de concentración, para reconstruir sus vidas y alcanzar éxito personal y profesional, incluso perdonando a sus agresores (nada fácil).
Estamos en el derecho y la obligación de tomar el control de nuestro destino y no quedarnos atrapados en el rol de víctimas. Nuestra mente, nuestros pensamientos, no debe ser influenciados, por ideologías y posturas que vulneran nuestros propios derechos humanos.
Quienes de alguna manera tenemos oportunidades en este país no debemos permitir que nos arrebaten el deseo y el derecho de ser mejores, de avanzar. Siempre debemos buscar personas que nos inspiren. Hace unos años conocí acerca de Robert Jungk, periodista y académico que, aunque no estuvo en un campo de concentración, huyó de Alemania en 1933 debido a su activismo antifascista y su ascendencia judía.
Después de exiliarse en Suiza, dedicó su vida a escribir y a contribuir al pensamiento crítico sobre el futuro, lo que lo llevó a desarrollar la metodología del Future Workshop o “Taller del Futuro”. Me gustó tanto lo que él propuso que lo incorporé en mis estudios de tesis doctoral, en la Universidad de Aalborg, Dinamarca. Esta metología la habían utilizado otros investigadores en el programa de doctorado y mis asesores daneses la consideraban de mucha utilidad para contexto de países en desarrollo.
Mi trabajo de campo lo realicé en el sector de la Rivera Hernández, en San Pedro Sula, una zona donde la delincuencia y el crimen organizado prevalecen. Esta metodología resultó ser una gran herramienta para trabajar en comunidades vulnerables, ayudando a las personas a visualizar un futuro mejor y a planificar soluciones a sus problemas actuales.
Future Workshop propone cuatro fases: primero, fantasear sobre lo que se quiere; luego, identificar lo que se puede cambiar; planificar cómo hacerlo y, finalmente, definir quiénes intervendrán en ese cambio. Esta estructura permite a los participantes proyectarse hacia un futuro mejor, aun cuando el presente parezca desalentador.
Quienes queremos alimentar nuestras mentes y espíritus de manera positiva, no debemos permitir que los antivalores de la sociedad tomen control de nosotros. Es fundamental preparar siempre nuestra mente para lo positivo, para aquello que nos permita encarar la vida con esperanza. Sin embargo, creo que debemos leer y escuchar noticias, con juicio crítico, analizar la fuente, quién lo dice y por qué lo dice.
Sabemos de la extorsión que sufren los grupos de transporte público, que deben pagar a varios grupos organizados, aun así, continúan trabajando para llevar sustento a sus familias. Lo mismo ocurre con la señora que vende baleadas en una esquina, que también debe cumplir con una cuota para los “muchachos”. En medio de todo este caos, necesitamos pensamientos que nutran nuestro espíritu y nos impulsen hacia adelante.
Sé que las personas que leen esta columna tienen juicio crítico y la capacidad de reflexionar sobre su realidad, aun así, no perder la esperanza y la ilusión de que vendrán tiempos mejores.
Cambiar de país, de trabajo o de familia no servirá de nada si no cambiamos nuestra forma de pensar. Encerrarse en una burbuja o castillo de cristal cerca del Merendón o del Hatillo tampoco es sostenible.