Hoy, presuroso como siempre, caminando enfocado en mis tribulaciones, como la mayoría, supongo, justo al hacer un alto para cruzar una calle, levanté mi cabeza y así, como si nada, tuve una serendipia, ¡y qué serendipia señores!
De repente vi un lugar de magia, donde los mitos caminan vivos y las leyendas platican con ellos. Vi tierras hermosas, benditas por el beso inclemente del sol, el abrazo eterno del calor su hijo, que nos susurra cuentos de modorra y café suavemente al caer la tarde. Vi los cerros azules, imponentes como los dioses viejos, preñados de vida, que brotan salvajes como ríos raudos color esmeralda, sentí la vida que palpita en cada paso, casi me fue posible o tal vez así fue, escuché el eco de los tambores mayas con sus cantos perdidos en los ecos del tiempo o las caracolas de los garífunas, sonando fuerte el primer día que llegaron orgullosos para quedarse. Vi con asombro las hermosas flores que brotan, en todos los rincones, gritando fuerte a la vida, con sus colores intensos del trópico, sentí el zumbido eterno del colibrí alimentándose y la mirada de fuego amarillo, del jaguar que acecha como rey de estas tierras. Vi gente menuda, color de mi país, vi su andar menudo, vi hombres gallardos, curtidos por el sol, caminado erguidos orgullosos e imponentes y vi mujeres gráciles, como el venado que corre callado, hermosas como solo ellas pueden serlo, abuelas, madres y mozas todas ellas, seguras de ser lo que son. Sentí, más que escuchar sus voces claras, la risa de la niñas y las carcajadas de los hombres, los saludos en mi lengua, pero con las costumbres de antaño, donde aún retoza el recuerdo de civilizaciones idas, sentí el olor de mi tierra, el aroma de la tierra que jugaba en mis narinas, el olor al calor del día, el seco aroma del sol que nos baña, la selva lejana que palpita y su fragancia permanente, sentí lo húmedo del pantano y el aroma seco de los cocotales, del pescado que se fríe, la baleada que se tuesta y el café que reina, todo eso de golpe, querido lector, vi cómo el viento movía los árboles, un ceibón por allá, un mango por acá e incluso una mata de plátanos, me sentí maravillado, lo admito, por estar donde estaba, por ser parte de esto, de la vida aquí donde vivimos, por el ruido, por el olor, por los ecos, por el sabor y por la risa, de todos y todas en este país donde vivimos, así de maravilloso fue, ser parte de aquí, me dije, donde se vive con la magia, con las leyendas y con las costumbres al suave son de las palmeras.