Aunque tratemos de llevar una vida tranquila y echar la mirada hacia otro lado, no podemos negar que vivimos en un ambiente muy polarizado. Nada discurre normal, y lo sabemos.
Al contrario de un ambiente pacífico, hoy solemos responder a los estímulos aversivos de diferentes maneras, desde una actitud estoica de impasibilidad temporal -por ejemplo, vivir la vida como si nada pasara- hasta las demostraciones más impetuosas, como la agresión y la ira.
Los hondureños vivimos apremiados frente a esa polarización inventada por los políticos, por cuestiones de poder y no tanto por las contradicciones históricas, como arguyen algunos. Los escándalos cotidianos, las primicias sobre altercados entre personajes que figuran por su nivel de agresividad, las publicaciones provocadoras en las redes sociales afectan, indudablemente, la salud de los ciudadanos que poco o nada tienen que ver con las tragicomedias típicas de las covachuelas del poder.
La promoción del escándalo ampliamente mediatizado tiene a los psicólogos, psiquiatras, y hasta funerarias, con buenos dividendos frente a una clientela cuyas patologías mentales se han disparado desmedidamente en los últimos años. Los que celebran son los psicólogos y los psiquiatras que han pasado de tener consultorios vacíos a largas filas de perturbados.
Aunque el mundo está pasando por una interfasehistórica de consecuencias insospechadas, como decía Zygmunt Bauman, es claro que, en sociedades donde impera la pendencia en cada aventura política, los odios, las inquinas y las trampas, elevadas a la categoría de encabezados en las primeras planas, están afectando los comportamientos de las personas que se ven obligadas a participar exasperadamente en las contiendas que ellas no han provocado.
El estrés que manejamos, origen de las variadas patologías mentales de hoy -e incluso la muerte-, proviene de esa angustia que atribuimos en su totalidad al trabajo, los problemas financieros, al mantenimiento de la familia, etcétera. Hay un miedo profundo que nos obliga a pensar que no existe salvación alguna. En todo caso, debemos ser pragmáticos para sobrellevar la crisis, si queremos evitar pagar un alto precio por obsesionarnos con los pleitos de los otros.
A lo mejor, los estoicos no dejaban de tener razón; no podemos permitir que el sensacionalismo y los escándalos que pregonan a cada segundo las redes sociales y los medios de comunicación, nos afecten directamente. No hay mejor manera de generar estrés que esta costumbre de pretender ser parte de los millones que siguen las notas de gamberros y las amenazas de los matones metidos a la política.
Podemos comenzar eliminando nuestras cuentas de las redes sociales; no darle seguimiento a ningún posteo que incita al pleito, o simplemente bloquear a los facinerosos del ecosistema politiquero.
Si de algo ayuda, cambie su rutina, practique yoga, aliméntese sanamente, haga ejercicios suaves -como el Taichí-, escuche música relajante, duerma montón y, si es creyente, ore profundamente y asista con asiduidad a los oficios religiosos. Por cierto, cultive el hábito de la lectura edificante y deje de ver tanta estupidez en TikTok y “X”. De esta manera podemos sobrellevar las crisis y evitar gastar en ansiolíticos, psiquiatras y agoreros.
Y aquí estamos, esperando a que la rueda de la vida, la historia, La Providencia y los procesos electorales libres de amaño jueguen a favor de la salud mental de los ciudadanos a partir del 2026.